12 cuentos bonitos para cautivar a los niños

Catalina Arancibia Durán
Catalina Arancibia Durán
Máster en Literatura Española e Hispanoamericana
Tiempo de lectura: 54 min.

La literatura cumple varias funciones, ya que permite desarrollar el lenguaje, la concentración y diversos aprendizajes. Además, busca cautivar al lector con bellas historias.

A continuación se pueden encontrar cuentos bonitos. Se trata de relatos clásicos, leyendas y mitos que sirven como herramienta didáctica para niños.

1. El zar y la camisa - León Tolstói

El zar y la camisa

Un zar estaba enfermo y dijo:

- Daré la mitad de mi reino a quien me cure.

Entonces, se reunieron todos los sabios y empezaron a discutir cómo curar al zar. Nadie sabía que hacer. Sólo un sabio afirmó que se podía curar al zar.

- Si se encuentra a un hombre feliz -dijo-, se le quita la camisa y se le pone al zar, éste se curará.

El zar mandó que buscaran a un hombre feliz por todo su reino, pero por mucho que sus emisarios cabalgaron por todos sus territorios, no pudieron encontrarlo. No había ni uno que estuviese satisfecho de todo. Uno era rico, pero estaba enfermo; otro gozaba de buena salud, pero era pobre; otro era rico y gozaba de buena salud, pero su mujer era malvada, o bien sus hijos; todos tenían algún motivo de queja.

Un día, a última hora de la tarde, el hijo del zar pasaba junto a una pequeña isba y oyó a alguien que decía:

- Gracias a Dios he trabajado bastante, he comido cuanto necesitaba y ahora me voy a la cama. ¿Qué más puedo pedir?

El hijo del zar se alegró, ordeno que le quitasen la camisa a ese hombre, que le diesen una cantidad de dinero a modo de compensación, todo el que quisiera, y que llevaran la camisa al zar. Los emisarios fueron a ver al hombre feliz y quisieron quitarle la camisa; pero ese hombre feliz era tan pobre que ni siquiera tenía camisa

León Tolstói (1828 - 1910) publicó Libros rusos de lectura que publicó en 1872. Fue el primer proyecto en su país que buscaba proveer de material pedagógico a las escuelas. Se trata de una recopilación de cuentos y leyendas que cumplen una labor didáctica.

En esta historia busca enseñar a los jóvenes que la verdadera felicidad radica en la percepción que se tiene sobre las cosas y no en los bienes materiales o circunstancias que rodean a las personas.

2. Amigos del bosque - Alicia Morel

La noche sembró rocío por los campos. Cuando salió el sol, las gotas lanzaron chispas de todos colores. La chispa que brilló más se convirtió en un pequeño elfo.

- ¡Me llamo Nimbo! - gritó.

Como tenía alas, se puso a volar y el viento lo empujó a un oscuro bosque. Numbo tenía luz propia y por eso no chocó con las ramas.

- ¿Quieres volar conmigo? - preguntó a un gusano amarillo.

- Ahora no, cuando sea mariposa - le contestó el gusano, mascando una hoja.

Nimbo aleteó hacia un matorral donde brillaban unos ojos negros.

- ¿Quieres volar conmigo?

- No me gusta volar - contestó una voz ronca.

Nimbo casi se apagó cuando vio delante de él una figura igual a un corcho de botella.

- ¿Ves? - le dijo la fugura - no tengo alas, pero doy grandes saltos.

- ¿Cómo te llamas? - preguntó Nimbo con admiración.

- Me llamo Groso y soy un brujito del bosque.

- Tú saltas y yo vuelo, ¡podemos ser amgios! - gritó Nimbo, lanzando brillos.

- No creo, tu luz me hace doler mucho los ojos - contestó Groso.

Y desapareció echando humo por la coronilla. Llegó la noche y Nimbo se paró en las arrugas de un tronco para descansar.

- Qué difícil es encontrar un amigo - suspiró.

Cuando iba a apagarse para dormir, vio que venía hacia él una luz verdosa. Voló hacia el desconocido y ambos giraron uno en torno a otro, cambiando luces amistosas.

- ¿Eres un elfo? - preguntó Nimbo.

- ¿Eres una luciérnaga? preguntó la otra.

No, no eran ni parientes. Se alejaron como estrellas equivocadas. Más allá se detuvieron y se miraron otra vez. Pensaron: "no somos iguales, pero nos parecemos". Volvieron a acercarse. La luciérnaga estiró una antena y Nimbo una mano, y se tocaron.

- ¡Podemos ser amigos! - gritaron. Y se fueron por el bosque, brillando como estrellas hermanas.

La escritora chilena Alicia Morel se destacó con una obra enfocada en el público infantil. En este cuento muestra la importancia de la amistad basada en el respeto y la aceptación de la diferencia.

3. La liebre y la tortuga - Esopo

Fábula liebre tortuga

En el mundo de los animales vivía una liebre muy orgullosa, porque ante todos decía que era la más veloz. Por eso, constantemente se reía de la lenta tortuga.

-¡Miren la tortuga! ¡Eh, tortuga, no corras tanto que te vas a cansar de ir tan de prisa! -decía la liebre riéndose de la tortuga.

Un día, conversando entre ellas, a la tortuga se le ocurrió de pronto hacerle una rara apuesta a la liebre.

-Estoy segura de poder ganarte una carrera -le dijo.

-¿A mí? -preguntó, asombrada, la liebre.

-Pues sí, a ti. Pongamos nuestra apuesta en aquella piedra y veamos quién gana la carrera.

La liebre, muy divertida, aceptó.

Todos los animales se reunieron para presenciar la carrera. Se señaló cuál iba a ser el camino y la llegada. Una vez estuvo listo, comenzó la carrera entre grandes aplausos.

Confiada en su ligereza, la liebre dejó partir a la tortuga y se quedó remoloneando. ¡Vaya si le sobraba el tiempo para ganarle a tan lerda criatura!

Luego, empezó a correr, corría veloz como el viento mientras la tortuga iba despacio, pero, eso sí, sin parar. Enseguida, la liebre se adelantó muchísimo.Se detuvo al lado del camino y se sentó a descansar.

Cuando la tortuga pasó por su lado, la liebre aprovechó para burlarse de ella una vez más. Le dejó ventaja y nuevamente emprendió su veloz marcha.

Varias veces repitió lo mismo, pero, a pesar de sus risas, la tortuga siguió caminando sin detenerse. Confiada en su velocidad, la liebre se tumbó bajo un árbol y ahí se quedó dormida.

Mientras tanto, pasito a pasito, y tan ligero como pudo, la tortuga siguió su camino hasta llegar a la meta. Cuando la liebre se despertó, corrió con todas sus fuerzas pero ya era demasiado tarde, la tortuga había ganado la carrera.

Aquel día fue muy triste para la liebre y aprendió una lección que no olvidaría jamás: No hay que burlarse jamás de los demás.

Esta historia enseña que la pereza y el exceso de confianza pueden desviar de los objetivos. La mayoría de las veces es mejor la perseverancia, tal como demostró la tortuga.

De este modo, aunque la liebre tenía ventaja sobre su competidora, pecó de soberbia y le fue imposible vencer la determinación de su amiga.

4. Ricitos de oro y los tres osos

Una tarde se fue Ricitos de Oro al bosque y se puso a recoger flores. Cerca de allí había una cabaña muy linda, y como Ricitos de Oro era una niña muy curiosa, se acercó paso a paso hasta la puerta de la casita. Y empujó.

La puerta estaba abierta. Y vio una mesa.

Encima de la mesa había tres tazones con leche y miel. Uno, grande; otro, mediano; y otro, pequeñito. Ricitos de Oro tenía hambre y probó la leche del tazón mayor. ¡Uf! ¡Está muy caliente!

Luego probó del tazón mediano. ¡Uf! ¡Está muy caliente! Después probó del tazón pequeñito y le supo tan rica que se la tomó toda, toda.

Había también en la casita tres sillas azules: una silla era grande, otra silla era mediana y otra silla era pequeñita. Ricitos de Oro fue a sentarse en la silla grande, pero ésta era muy alta. Luego fue a sentarse en la silla mediana, pero era muy ancha. Entonces se sentó en la silla pequeña, pero se dejó caer con tanta fuerza que la rompió.

Entró en un cuarto que tenía tres camas. Una era grande; otra era mediana; y otra, pequeñita.

La niña se acostó en la cama grande, pero la encontró muy dura. Luego se acostó en la cama mediana, pero también le pereció dura.

Después se acostó en la cama pequeña. Y ésta la encontró tan de su gusto, que Ricitos de Oro se quedó dormida.

Estando dormida Ricitos de Oro, llegaron los dueños de la casita, que era una familia de Osos, y venían de dar su diario paseo por el bosque mientras se enfriaba la leche.

Uno de los Osos era muy grande, y usaba sombrero, porque era el padre. Otro era mediano y usaba cofia, porque era la madre. El otro era un Osito pequeño y usaba gorrito: un gorrito pequeñín. El Oso grande gritó muy fuerte:

-¡Alguien ha probado mi leche!

El Oso mediano gruñó un poco menos fuerte:

-¡Alguien ha probado mi leche!

El Osito pequeño dijo llorando y con voz suave:

-¡Se han tomado toda mi leche!

Los tres Osos se miraron unos a otros y no sabían qué pensar. Pero el Osito pequeño lloraba tanto que su papá quiso distraerle. Para conseguirlo, le dijo que no hiciera caso, porque ahora iban a sentarse en las tres sillitas de color azul que tenían, una para cada uno.

Se levantaron de la mesa y fueron a la salita donde estaban las sillas.

¿Que ocurrió entonces?

El Oso grande grito muy fuerte:

-¡Alguien ha tocado mi silla!

El Oso mediano gruñó un poco menos fuerte:

-¡Alguien ha tocado mi silla!

El Osito pequeño dijo llorando con voz suave:

-¡Se han sentado en mi silla y la han roto!

Siguieron buscando por la casa y entraron en el cuarto de dormir. El Oso grande dijo:

-¡Alguien se ha acostado en mi cama!

El Oso mediano dijo:

-¡Alguien se ha acostado en mi cama!

Al mirar la cama pequeñita, vieron en ella a Ricitos de Oro, y el Osito pequeño dijo:

-¡Alguien está durmiendo en mi cama!

Se despertó entonces la niña, y al ver a los tres Osos tan enfadados, se asustó tanto que dio un brinco y salió de la cama.

Como estaba abierta una ventana de la casita, saltó por ella Ricitos de Oro, y corrió sin parar por el bosque hasta que encontró el camino de su casa.

"Ricitos de oro y los tres osos" es una historia folclórica anónima. Se popularizó a partir de 1837 cuando el escritor inglés Robert Southey publicó una versión en prosa.

Este relato busca que los niños logren aprender el respeto hacia la privacidad y las cosas ajenas.

5. El príncipe rana - Hermanos Grimm

Príncipe rana

Hace muchos, muchos años vivía una princesa a quien le encantaban los objetos de oro. Su juguete preferido era una bolita de oro macizo. En los días calurosos, le gustaba sentarse junto a un viejo pozo para jugar con la bolita de oro. Cierto día, la bolita se le cayó en el pozo. Tan profundo era éste que la princesa no alcanzaba a ver el fondo.

—¡Ay, qué tristeza! La he perdido —se lamentó la princesa, y comenzó a llorar.

De repente, la princesa escuchó una voz.

—¿Qué te pasa, hermosa princesa? ¿Por qué lloras?

La princesa miró por todas partes, pero no vio a nadie.

—Aquí abajo —dijo la voz.

La princesa miró hacia abajo y vio una rana que salía del agua.

—Ah, ranita —dijo la princesa—. Si te interesa saberlo, estoy triste porque mi bolita de oro cayó en el pozo.

—Yo la podría sacar —dijo la rana—. Pero tendrías que darme algo a cambio.

La princesa sugirió lo siguiente:

—¿Qué te parecen mi perlas y mis joyas? O quizás mi corona de oro.

—¿Y qué puedo hacer yo con una corona? —dijo la rana—. Pero te ayudaré a encontrar la bolita si me prometes ser mi mejor amiga.

—Iría a cenar a tu castillo, y me quedaría a pasar la noche de vez en cuando —propuso la rana.

Aunque la princesa pensaba que aquello eran tonterías de la rana, accedió a ser su mejor amiga.

Enseguida, la rana se metió en el pozo y al poco tiempo salió con la bolita de oro en la boca.

La rana dejó la bolita de oro a los pies de la princesa. Ella la recogió rápidamente y, sin siquiera darle las gracias, se fue corriendo al castillo.

—¡Espera! —le dijo la rana—. ¡No puedo correr tan rápido!

Pero la princesa no le prestó atención.

La princesa se olvidó por completo de la rana. Al día siguiente, cuando estaba cenando con la familia real, escuchó un sonido bastante extraño en las escaleras de mármol del palacio.

Luego, escuchó una voz que dijo:

—Princesa, abre la puerta.

Llena de curiosidad, la princesa se levantó a abrir. Sin embargo, al ver a la rana toda mojada, le cerró la puerta en las narices. El rey comprendió que algo extraño estaba ocurriendo y preguntó:

—¿Algún gigante vino a buscarte?

—Es sólo una rana —contestó ella.

—¿Y qué quiere esa rana? —preguntó el rey.

Mientras la princesa le explicaba todo a su padre, la rana seguía golpeando la puerta.

—Déjame entrar, princesa —suplicó la rana—. ¿Ya no recuerdas lo que me prometiste en el pozo?

Entonces le dijo el rey:

—Hija, si hiciste una promesa, debes cumplirla. Déjala entrar.

A regañadientes, la princesa abrió la puerta. La rana la siguió hasta la mesa y pidió:

—Súbeme a la silla, junto a ti.

—Pero, ¿qué te has creído?

En ese momento, el rey miró con severidad a su hija y ella tuvo que acceder. Como la silla no era lo suficientemente alta, la rana le pidió a la princesa que la subiera a la mesa. Una vez allí, la rana dijo:

—Acércame tu plato, para comer contigo.

La princesa le acercó el plato a la rana, pero a ella se le quitó por completo el apetito. Una vez que la rana se sintió satisfecha dijo:

—Estoy cansada. Llévame a dormir a tu habitación.

La idea de compartir su habitación con aquella rana le resultaba tan desagradable a la princesa que se echó a llorar. Entonces, el rey le dijo:

—Llévala a tu habitación. No está bien darle la espalda a alguien que te prestó su ayuda en un momento de necesidad.

Sin otra alternativa, la princesa procedió a recoger la rana lentamente, sólo con dos dedos. Cuando llegó a su habitación, la puso en un rincón. Al poco tiempo, la rana saltó hasta el lado de la cama.

—Yo también estoy cansada —dijo la rana—. Súbeme a la cama o se lo diré a tu padre.

La princesa no tuvo más remedio que subir a la rana a la cama y acomodarla en las mullidas almohadas.

Cuando la princesa se metió en la cama, comprobó sorprendida que la rana sollozaba en silencio.

—¿Qué te pasa ahora? —preguntó.

—Yo simplemente deseaba que fueras mi amiga —contestó la rana—. Pero es obvio que tú nada quieres saber de mi. Creo que lo mejor será que regrese al pozo.

Estas palabras ablandaron el corazón de la princesa. La princesa se sentó en la cama y le dijo a la rana en un tono dulce:

—No llores. Seré tu amiga.

Para demostrarle que era sincera, la princesa le dio un beso de buenas noches.

¡De inmediato, la rana se convirtió en un apuesto príncipe! La princesa estaba tan sorprendida como complacida.

La princesa y el príncipe iniciaron una hermosa amistad. Al cabo de algunos años, se casaron y fueron muy felices.

El príncipe rana es un cuento clásico en el que se intentan enseñar valores como no dejarse guiar por las apariencias y mantener la palabra dada, cumpliendo las promesas que se han hecho.

6. El milagro en el molino - Alexandr Nikoláievich Afanásiev

Llegó un día Cristo, vestido con harapos, a un molino, y empezó a pedir una santa limosna al molinero, que se enfadó y le dijo:

- ¡Vete, vete con Dios lejos de aquí! No se puede dar de comer a todo el mundo.

Y no le dio nada. En aquel mismo momento, un mujik trajo al molino un pequeño saco de centeno para moler. Vio al mendigo y se apiadó de él.

- Ven aquí, que yo te voy a dar un poco de grano.

Y empezó a echar el grano al saco del mendigo. Le echó una medida, pero el mendigo no retiraba el saco.

- ¿Quieres más?

- Sí, por favor.

- Bueno, está bien.

Le echó otra medida. Y el mendigo no retiraba el saco. Le echó una tercera medida, y quedó muy poco grano para el campesino. "¡Qué tonto!", pensó el molinero, "también yo he de cobrarle la molienda del grano, así que no le quedará nada".

Bueno, pues el molinero cogió el grano del campesino y se puso a moler. Pasó un tiempo, pero seguía saliendo harina. ¡Qué milagro! Había muy poco grano, un cuarto, pero acabaron saliendo una veintena de cuartos de harina, y aún quedaba grano que seguía moliéndose. El campesino no sabía ya dónde poner la harina.

Alexandr Nikoláievich Afanásiev (1826 1871) publicó entre 1855 y 1863 ocho volúmenes que reunían cuentos populares rusos. En la tradición eslava, la religión ocupaba un lugar muy importante dentro del mundo campesino. Por ello, muchas de sus historias tradicionales se encuentran relacionadas a Dios, a los santos o a hechos de carácter cristiano.

En este relato se intenta enseñar labondad hacia el prójimo, pues quienes sean generosos con quienes lo necesitan, serán recompensados con la fortuna del Señor.

7. El león y el ratón - Jean de La Fontaine

El león y el ratón

Un día el león, el rey de la selva, iba trotando por su reino cuando de pronto vio ante él a un pequeño ratón.

- ¡Ay, por favor, poderoso señor, no me mates! - rogó el ratoncito, temblando de miedo.

E león se encogió, preparándose para saltar sobre su víctima.

- ¡No, por favor, no! - gimió el ratoncito - Poderoso rey de la selva, ten compasión de mí. Soy tan indefenso.

- Broo - rugió el león, calmándose - Broo...hoy estoy de buen humor. Te perdonaré la vida sólo para que veas cupan poderoso soy.

Y se alejó a paso tranquilo mientras el ratoncito, todavía muerto de susto, se ponía a salvo a todo correr.

El león no había caminado mucho cuando ¡paf!, cayó en una trampa que le habían puesto unos cazadores. El enorme animal luchó y luchó por librarse de las redes que lo mantenían prisionero. Pero no pudo. Después de unas horas, se dio por vencido y se resignó a caer en manos de sus perseguidores.

Así estaba, muy quieto, cuando ¡qué sopresa! ante él apareció, de repente, el mismo ratoncito con el cual se había encontrado esa tarde. Y su sorpresa umentó más cuando el animalito le dijo:

- No te desesperes, yo te salvaré.

El león sonrió, incrédulo.

- ¿Tú?, ¿Pero, cómo lo harás? - preguntó - ¿Tú, que eres tan débil y pequeño=

- Ya verás cómo lo hago - repuso el ratón.

Se acercó a la trampa y, con gran paciencia, comenzó a roer y roer la red con sus filosos dientes.

- ¡Apúrate, apúrate! - rogaba el león, ahora temblando de miedo - En cualquier momento pueden volver los cazadores.

- Paciencia - dijo el ratoncito - No rujas tan fuerte: los cazadores pueden estar cerca y oírnos.

Y royendo, royendo, logró abrir el agujero en la red. El león se precipitó a salir por él. ¡Imposible! Aún no cabía.

- ¡Más! - gimió - ¡Agrándalo más!

El ratón redobló sus esfuerzos. Por los ruidos del bosque se daba cuenta de que empezarí a amanecer pronto.

- Listo - dijo finalmente - Ya puedes salir. No hagas ruido.

El león se abalanzó sobre el agujero, se liberó de la red y corrió a perderse.

- ¡Gracias! . rugió, mientras desaparecía entre los arbustos. Y mientras corría pensaba: Jamás creí que algún día iba a necesitar la ayuda de alguien mucho menos poderoso que yo.

Jean de la Fontaine es reconocido por sus fábulas e historias para niños. En este cuento intenta demostrar la importancia que puede tener hasta el ser más pequeño del mundo, así como la necesidad de la colaboración entre todas las criaturas.

8. El campesino y el árbol

Según la tradición maya, los árboles llegaron a su tierra con una misión susurrada por los dioses. Así, cada uno tenía un destino peculiar: proveer alimento, medicina y madera para la construcción.

Entre todos había uno que encerraba una enorme tristeza y, por ello, su follaje había decaído. Cuando llegó el día de la tala, aquellos que estaban destinados a ese propósito estaban emocionados, pero cuando un campesino se acercó al árbol melancólico, este exclamó:

- ¡No!, a mí no.

El hombre se sorprendió y buscó con la mirada de dónde provenía aquella voz. Al no observar a nadie, preguntó:

- ¿Quién ha dicho eso?
- Yo – contestó el árbol – mi nombre es Ciricote.
- ¿Un árbol que habla? Es algo que jamás había visto.

Ciricote le explicó que los árboles poseían muchas habilidades, pues eran la comunicación entre los tres niveles del cosmos. Así, el follaje los conecta al cielo, el tronco es su enlace con lo terrenal y las raíces les permiten acceder al mundo subterráneo.

- ¿Y por qué ninguno de los otros árboles dijo nada cuando los corté? No tengo malas intenciones, sólo busco sembrar la tierra – explicó el campesino.
- Porque su misión es entregar madera, mientras que la mía es otra y con el tiempo descubrirás los beneficios de tenerme aquí y cuidarme.

De este modo, el hombre decidió cuidarlo y Ciricote lo recompensó con un follaje frondoso que daba sombra, hojas que servían para limpiar, además de deliciosos frutos para alimentarlo a él y su familia.

El Ciricote es un árbol originario del sur de México, de la península de Yucatán, que tiene varios usos. En la actualidad su madera se utiliza para fabricar muebles y para elaborar un remedio casero contra el resfrío, sus hojas sirven para limpiar, mientras que sus frutos son populares en la preparación de dulces.

Esta leyenda busca explicar la visión maya en donde todos los seres del universo están conectados y deben respetar la existencia del otro. Así, el campesino y el árbol demuestran que en la coexistencia pacífica radica la armonía de la vida.

9. La lechera y el cántaro de leche - Jean de La Fontaine

La lechera y el cántaro de leche

Había una vez una muchacha, cuyo padre era lechero, con un cántaro de leche en la cabeza.

Caminaba ligera y dando grandes zancadas para llegar lo antes posible a la ciudad, a donde iba para vender la leche que llevaba.

Por el camino empezó a pensar lo que haría con el dinero que le darían a cambio de la leche.

-Compraré un centenar de huevos. O no, mejor tres pollos. ¡Sí, compraré tres pollos!

La muchacha seguía adelante poniendo cuidado de no tropezar mientras su imaginación iba cada vez más y más lejos.

-Criaré los pollos y tendré cada vez más, y aunque aparezca por ahí el zorro y mate algunos, seguro que tengo suficientes para poder comprar un cerdo. Cebaré al cerdo y cuando esté hermoso lo revenderé a buen precio. Entonces compraŕe una vaca, y a su ternero también….

Pero de repente, la muchacha tropezó, el cántaro se rompió y con él se fueron la ternera, la vaca, el cerdo y los pollos.

Jean de La Fontaine (1621 - 1695) es reconocido por ser el creador de fábulas para niños. Esta sencilla historia relata lo ocurrido a una niña que en vez de alegrarse por lo que tenía en el momento, se distrajo haciendo castillos en el aire.

Por ello, enseña la importancia de realizar con calma las cosas, sin necesidad de hacer grandes proyectos de inmediato. Cada proceso tiene su ritmo y debe llevarse a cabo paso a paso.

10. La historia del Cenzontle y su canto especial

Cuando los dioses terminaron de crear el mundo, el Señor de los montes llamó a todos los pájaros. Al momento, el cielo se llenó de aves de todos los colores: algunas con plumas brillantes, otras más oscuras, pero ninguna emitía un sonido.

El Señor del monte les pidió que formaran fila, y uno por uno, comenzó a darles un canto especial. Al canario le dio una melodía dulce, y al jilguero, un canto suave. Así, cada pájaro recibió su propio sonido.

Pero el cenzontle, un pequeño pájaro distraído, estaba ocupado buscando comida y no llegó a tiempo. Cuando se dio cuenta, corrió a ver al Señor de los montes, quien ya había terminado.

—¡Espera! —dijo el cenzontle— ¡Falto yo! ¿Qué canto me darás?

—¿Dónde estabas? —preguntó el Señor de los montes, sorprendido— Ya he repartido todos los cantos... pero, ya sé, te daré algo especial. ¡Tendrás todos los cantos! Podrás imitar a cualquier pájaro que quieras.

Y así, el cenzontle se convirtió en el único capaz de imitar el canto de más de cuatrocientos pájaros. Aunque sus plumas son sencillas, su voz es tan especial como el mundo que los dioses crearon.

Esta leyenda sirve para explicar la versatilidad de un ave que es capaz de imitar el sonido de otras especies. Así, demuestra cómo el destino puede ayudar a quien menos se lo esperaba.

11. Pinocho - Carlo Collodi

Pinocho

Érase una vez un anciano carpintero llamado Gepeto que era muy feliz haciendo juguetes de madera para los niños de su pueblo.

Un día, hizo una marioneta de una madera de pino muy especial y decidió llamarla Pinocho. En la noche, un hada azul llegó al taller del anciano carpintero:

—Buen Gepeto —dijo mientras el anciano dormía—, has hecho a los demás tan felices, que mereces que tu deseo de ser padre se haga realidad. Sonriendo, el hada azul tocó la marioneta con su varita mágica:

—¡Despierta, pequeña marioneta hecha de pino… despierta! ¡El regalo de la vida es tuyo!

Y en un abrir y cerrar de ojos, el hada azul dio vida a Pinocho.

—Pinocho, si eres valiente, sincero y desinteresado, algún día serás un niño de verdad —dijo el hada azul—. Luego se volvió hacia un grillo llamado Pepe Grillo, que vivía en la alacena de Gepeto.

—Pepe Grillo — dijo el hada azul—, debes ayudar a Pinocho. Serás su conciencia y guardián del conocimiento del bien y del mal.

Al día siguiente, Gepeto envió con orgullo a su pequeño niño de madera a la escuela, pero como era tan pobre, tuvo que vender su abrigo para comprar los libros escolares:

—Pinocho, Pepe Grillo te mostrará el camino —dijo Gepeto—. Por favor, no te distraigas y llega a la escuela a tiempo.

Pinocho salió de casa, pero nunca llegó a la escuela. En cambio, decidió ignorar los consejos de Pepe Grillo y vender los libros para comprar un tiquete para el teatro de marionetas. Cuando Pinocho comenzó a bailar con las marionetas, el titiritero sorprendido con las habilidades del niño de madera, le preguntó si quería unirse a su espectáculo de marionetas. Pinocho aceptó alegremente.

Sin embargo, las intenciones del malvado titiritero eran muy diferentes; su plan era hacerse rico con la única marioneta con vida en el mundo. De inmediato, encerró a Pinocho y a Pepe Grillo en una jaula. Fue entonces que Pinocho reconoció su error y comenzó a llorar. El hada azul apareció de la nada.

Aunque el hada azul conocía las razones por las cuales Pinocho se encontraba atrapado, aun así, le preguntó:

—Pinocho, ¿por qué estás en esta jaula?

Pero Pinocho no quiso contarle la verdad, entonces algo extraño sucedió. Su nariz comenzó a crecer más y más. Cuanto más hablaba, más crecía.

—Cada vez que digas una mentira, tu nariz crecerá — dijo el hada azul.

—Por favor, haz que se detenga—dijo Pinocho—, prometo no mentir de nuevo.

Al día siguiente, camino a la escuela, Pinocho conoció a un niño:

—Ven conmigo al País de los Juguetes. ¡En este lugar todos los días son vacaciones! —dijo el niño con emoción—. Hay juguetes y golosinas y lo mejor de todo, ¡no tienes que ir a la escuela!

Olvidando nuevamente los consejos del hada azul y Pepe Grillo, Pinocho salió corriendo con el niño al País de los Juguetes. Al llegar, se divirtió muchísimo jugando y comiendo golosinas.

De pronto, las orejas de Pinocho y los otros niños del País de los Juguetes comenzaron a hacerse muy largas. Por no querer ir a la escuela, ¡se estaban convirtiendo en burros!

Convertidos en burros, Pinocho y los niños llegaron a un circo. El maestro de ceremonias hizo que Pinocho trabajara para el circo sin descanso. Allí, Pinocho se lastimó la pierna mientras hacía trucos. Enojado, el maestro de ceremonias lo tiró al mar junto con Pepe Grillo.

En el agua, el hechizo se rompió y Pinocho volvió a su forma de marioneta, pero una ballena que nadaba cerca abrió su enorme boca y se lo tragó entero. En la oscuridad del estómago de la ballena, Pinocho lloró mientras que Pepe Grillo intentaba consolarlo. Fue en ese momento que vio a Gepeto en su bote:

—Hijo mío, te estaba buscando por tierra y mar cuando la ballena me tragó. ¡Estoy tan contento de haberte encontrado! —dijo Gepeto.

Los dos se abrazaron encantados.

—De ahora en adelante seré bueno y responsable—, prometió Pinocho entre lágrimas.

Aprovechando que la ballena dormía, Gepeto, Pinocho y Pepe Grillo prendieron una fogata dentro de ella y saltaron de su enorme boca cuando el fuego la hizo estornudar. Luego, navegaron hasta llegar a casa. Pero Gepeto cayó enfermo, Pinocho lo alimentó y cuidó con mucho esmero y dedicación.

—Papá, iré a la escuela y trabajaré mucho para llenarte de orgullo— dijo Pinocho.

Cumpliendo su promesa, Pinocho estudió mucho en la escuela. Entonces un día sucedió algo maravilloso. El hada azul apareció y le dijo:

—Pinocho, eres valiente, sincero y tienes un corazón bondadoso y desinteresado, mereces convertirte en un niño de verdad.

Y fue así como el niño de madera se convirtió en un niño de verdad. Gepeto y Pinocho vivieron felices para siempre.

Carlo Collodi (1826 - 1890) fue un periodista y escritor italiano. En 1875 comenzó a traducir cuentos infantiles de Charles Perrault y otros escritores franceses y así se animó a escribir sus propias historias.

En 1883 publicó Las aventuras de Pinocho que se convirtió en uno de los textos italianos más populares de la historia. De hecho, es uno de los libros más traducidos del mundo.

Este relato busca demostrar la importancia de la honestidad. Pinocho es un personaje que enseña el proceso de crecimiento que enfrentan los seres humanos. Así, deja el espacio de la niñez para aprender a convertirse en alguien responsable consigo mismo y con los demás.

12. El patito feo - Hans Christian Andersen

¡Qué lindos eran los días de verano! ¡Qué agradable resultaba pasear por el campo y ver el trigo amarillo, la verde avena y las parvas de heno apilado en las llanuras! Sobre sus largas patas rojas iba la cigüeña junto a algunos flamencos, que se paraban un rato sobre cada pata. Sí, era realmente encantador estar en el campo.

Bañada de sol se alzaba allí una vieja mansión solariega a la que rodeaba un profundo foso; desde sus paredes hasta el borde del agua crecían unas plantas de hojas gigantescas, las mayores de las cuales eran lo suficientemente grandes para que un niño pequeño pudiese pararse debajo de ellas. Aquel lugar resultaba tan enmarañado y agreste como el más denso de los bosques, y era allí donde cierta pata había hecho su nido. Ya era tiempo de sobra para que naciesen los patitos, pero se demoraban tanto, que la mamá comenzaba a perder la paciencia, pues casi nadie venía a visitarla.

Al fin los huevos se abrieron uno tras otro. “¡Pip, pip!”, decían los patitos conforme iban asomando sus cabezas a través del cascarón.

-¡Cuac, cuac! -dijo la mamá pata, y todos los patitos se apresuraron a salir tan rápido como pudieron, dedicándose enseguida a escudriñar entre las verdes hojas. La mamá los dejó hacer, pues el verde es muy bueno para los ojos.

-¡Oh, qué grande es el mundo! -dijeron los patitos. Y ciertamente disponían de un espacio mayor que el que tenían dentro del huevo.

-¿Creen acaso que esto es el mundo entero? -preguntó la pata-. Pues sepan que se extiende mucho más allá del jardín, hasta el prado mismo del pastor, aunque yo nunca me he alejado tanto. Bueno, espero que ya estén todos -agregó, levantándose del nido-. ¡Ah, pero si todavía falta el más grande! ¿Cuánto tardará aún? No puedo entretenerme con él mucho tiempo.

Y fue a sentarse de nuevo en su sitio.

-¡Vaya, vaya! ¿Cómo anda eso? -preguntó una pata vieja que venía de visita.

-Ya no queda más que este huevo, pero tarda tanto… -dijo la pata echada-. No hay forma de que rompa. Pero fíjate en los otros, y dime si no son los patitos más lindos que se hayan visto nunca. Todos se parecen a su padre, el muy bandido. ¿Por qué no vendrá a verme?

-Déjame echar un vistazo a ese huevo que no acaba de romper -dijo la anciana-. Te apuesto a que es un huevo de pava. Así fue como me engatusaron cierta vez a mí. ¡El trabajo que me dieron aquellos pavitos! ¡Imagínate! Le tenían miedo al agua y no había forma de hacerlos entrar en ella. Yo graznaba y los picoteaba, pero de nada me servía… Pero, vamos a ver ese huevo…

-Creo que me quedaré sobre él un ratito aún -dijo la pata-. He estado tanto tiempo aquí sentada, que un poco más no me hará daño.

-Como quieras -dijo la pata vieja, y se alejó contoneándose.

Por fin se rompió el huevo. “¡Pip, pip!”, dijo el pequeño, volcándose del cascarón. La pata vio lo grande y feo que era, y exclamó:

-¡Dios mío, qué patito tan enorme! No se parece a ninguno de los otros. Y, sin embargo, me atrevo a asegurar que no es ningún crío de pavos.

Al otro día hizo un tiempo maravilloso. El sol resplandecía en las verdes hojas gigantescas. La mamá pata se acercó al foso con toda su familia y, ¡plaf!, saltó al agua.

-¡Cuac, cuac! -llamaba. Y uno tras otro los patitos se fueron abalanzando tras ella. El agua se cerraba sobre sus cabezas, pero enseguida resurgían flotando magníficamente. Movíanse sus patas sin el menor esfuerzo, y a poco estuvieron todos en el agua. Hasta el patito feo y gris nadaba con los otros.

-No es un pavo, por cierto -dijo la pata-. Fíjense en la elegancia con que nada, y en lo derecho que se mantiene. Sin duda que es uno de mis pequeñitos. Y si uno lo mira bien, se da cuenta enseguida de que es realmente muy guapo. ¡Cuac, cuac! Vamos, vengan conmigo y déjenme enseñarles el mundo y presentarlos al corral entero. Pero no se separen mucho de mí, no sea que los pisoteen. Y anden con los ojos muy abiertos, por si viene el gato.

Y con esto se encaminaron al corral. Había allí un escándalo espantoso, pues dos familias se estaban peleando por una cabeza de anguila, que, a fin de cuentas, fue a parar al estómago del gato.

-¡Vean! ¡Así anda el mundo! -dijo la mamá relamiéndose el pico, pues también a ella la entusiasmaban las cabezas de anguila-. ¡A ver! ¿Qué pasa con esas piernas? Anden ligeros y no dejen de hacerle una bonita reverencia a esa anciana pata que está allí. Es la más fina de todos nosotros. Tiene en las venas sangre española; por eso es tan regordeta. Fíjense, además, en que lleva una cinta roja atada a una pierna: es la más alta distinción que se puede alcanzar. Es tanto como decir que nadie piensa en deshacerse de ella, y que deben respetarla todos, los animales y los hombres. ¡Anímense y no metan los dedos hacia adentro! Los patitos bien educados los sacan hacia afuera, como mamá y papá… Eso es. Ahora hagan una reverencia y digan ¡cuac!

Todos obedecieron, pero los otros patos que estaban allí los miraron con desprecio y exclamaron en alta voz:

-¡Vaya! ¡Como si ya no fuésemos bastantes! Ahora tendremos que rozarnos también con esa gentuza. ¡Uf!… ¡Qué patito tan feo! No podemos soportarlo.

Y uno de los patos salió enseguida corriendo y le dio un picotazo en el cuello.

-¡Déjenlo tranquilo! -dijo la mamá-. No le está haciendo daño a nadie.

-Sí, pero es tan desgarbado y extraño -dijo el que lo había picoteado-, que no quedará más remedio que despachurrarlo.

-¡Qué lindos niños tienes, muchacha! -dijo la vieja pata de la cinta roja-. Todos son muy hermosos, excepto uno, al que le noto algo raro. Me gustaría que pudieras hacerlo de nuevo.

-Eso ni pensarlo, señora -dijo la mamá de los patitos-. No es hermoso, pero tiene muy buen carácter y nada tan bien como los otros, y me atrevería a decir que hasta un poco mejor. Espero que tome mejor aspecto cuando crezca y que, con el tiempo, no se le vea tan grande. Estuvo dentro del cascarón más de lo necesario, por eso no salió tan bello como los otros.

Y con el pico le acarició el cuello y le alisó las plumas.

-De todos modos, es macho y no importa tanto -añadió-, Estoy segura de que será muy fuerte y se abrirá camino en la vida.

-Estos otros patitos son encantadores -dijo la vieja pata-. Quiero que se sientan como en su casa. Y si por casualidad encuentran algo así como una cabeza de anguila, pueden traérmela sin pena.

Con esta invitación todos se sintieron allí a sus anchas. Pero el pobre patito que había salido el último del cascarón, y que tan feo les parecía a todos, no recibió más que picotazos, empujones y burlas, lo mismo de los patos que de las gallinas.

-¡Qué feo es! -decían.

Y el pavo, que había nacido con las espuelas puestas y que se consideraba por ello casi un emperador, infló sus plumas como un barco a toda vela y se le fue encima con un cacareo, tan estrepitoso que toda la cara se le puso roja. El pobre patito no sabía dónde meterse. Sentíase terriblemente abatido, por ser tan feo y porque todo el mundo se burlaba de él en el corral.

Así pasó el primer día. En los días siguientes, las cosas fueron de mal en peor. El pobre patito se vio acosado por todos. Incluso sus hermanos y hermanas lo maltrataban de vez en cuando y le decían:

-¡Ojalá te agarre el gato, grandulón!

Hasta su misma mamá deseaba que estuviese lejos del corral. Los patos lo pellizcaban, las gallinas lo picoteaban y, un día, la muchacha que traía la comida a las aves le asestó un puntapié.

Entonces el patito huyó del corral. De un revuelo saltó por encima de la cerca, con gran susto de los pajaritos que estaban en los arbustos, que se echaron a volar por los aires.

“¡Es porque soy tan feo!” pensó el patito, cerrando los ojos. Pero así y todo siguió corriendo hasta que, por fin, llegó a los grandes pantanos donde viven los patos salvajes, y allí se pasó toda la noche abrumado de cansancio y tristeza.

A la mañana siguiente, los patos salvajes remontaron el vuelo y miraron a su nuevo compañero.

-¿Y tú qué cosa eres? -le preguntaron, mientras el patito les hacía reverencias en todas direcciones, lo mejor que sabía.

-¡Eres más feo que un espantapájaros! -dijeron los patos salvajes-. Pero eso no importa, con tal que no quieras casarte con una de nuestras hermanas.

¡Pobre patito! Ni soñaba él con el matrimonio. Sólo quería que lo dejasen estar tranquilo entre los juncos y tomar un poquito de agua del pantano.

Unos días más tarde aparecieron por allí dos gansos salvajes. No hacía mucho que habían dejado el nido: por eso eran tan impertinentes.

-Mira, muchacho -comenzaron diciéndole-, eres tan feo que nos caes simpático. ¿Quieres emigrar con nosotros? No muy lejos, en otro pantano, viven unas gansitas salvajes muy presentables, todas solteras, que saben graznar espléndidamente. Es la oportunidad de tu vida, feo y todo como eres.

-¡Bang, bang! -se escuchó en ese instante por encima de ellos, y los dos gansos cayeron muertos entre los juncos, tiñendo el agua con su sangre. Al eco de nuevos disparos se alzaron del pantano las bandadas de gansos salvajes, con lo que menudearon los tiros. Se había organizado una importante cacería y los tiradores rodeaban los pantanos; algunos hasta se habían sentado en las ramas de los árboles que se extendían sobre los juncos. Nubes de humo azul se esparcieron por el oscuro boscaje, y fueron a perderse lejos, sobre el agua.

Los perros de caza aparecieron chapaleando entre el agua, y, a su avance, doblándose aquí y allá las cañas y los juncos. Aquello aterrorizó al pobre patito feo, que ya se disponía a ocultar la cabeza bajo el ala cuando apareció junto a él un enorme y espantoso perro: la lengua le colgaba fuera de la boca y sus ojos miraban con brillo temible. Le acercó el hocico, le enseñó sus agudos dientes, y de pronto…¡plaf!… ¡allá se fue otra vez sin tocarlo!

El patito dio un suspiro de alivio.

-Por suerte soy tan feo que ni los perros tienen ganas de comerme -se dijo. Y se tendió allí muy quieto, mientras los perdigones repiqueteaban sobre los juncos, y las descargas, una tras otra, atronaban los aires.

Era muy tarde cuando las cosas se calmaron, y aún entonces el pobre no se atrevía a levantarse. Esperó todavía varias horas antes de arriesgarse a echar un vistazo, y, en cuanto lo hizo, enseguida se escapó de los pantanos tan rápido como pudo. Echó a correr por campos y praderas; pero hacía tanto viento, que le costaba no poco trabajo mantenerse sobre sus pies.

Hacia el crepúsculo llegó a una pobre cabaña campesina. Se sentía en tan mal estado que no sabía de qué parte caerse, y, en la duda, permanecía de pie. El viento soplaba tan ferozmente alrededor del patito que éste tuvo que sentarse sobre su propia cola, para no ser arrastrado. En eso notó que una de las bisagras de la puerta se había caído, y que la hoja colgaba con una inclinación tal que le sería fácil filtrarse por la estrecha abertura. Y así lo hizo.

En la cabaña vivía una anciana con su gato y su gallina. El gato, a quien la anciana llamaba “Hijito”, sabía arquear el lomo y ronronear; hasta era capaz de echar chispas si lo frotaban a contrapelo. La gallina tenía unas patas tan cortas que le habían puesto por nombre “Chiquitita Piernascortas”. Era una gran ponedora y la anciana la quería como a su propia hija.

Cuando llegó la mañana, el gato y la gallina no tardaron en descubrir al extraño patito. El gato lo saludó ronroneando y la gallina con su cacareo.

-Pero, ¿qué pasa? -preguntó la vieja, mirando a su alrededor. No andaba muy bien de la vista, así que se creyó que el patito feo era una pata regordeta que se había perdido-. ¡Qué suerte! -dijo-. Ahora tendremos huevos de pata. ¡Con tal que no sea macho! Le daremos unos días de prueba.

Así que al patito le dieron tres semanas de plazo para poner, al término de las cuales, por supuesto, no había ni rastros de huevo. Ahora bien, en aquella casa el gato era el dueño y la gallina la dueña, y siempre que hablaban de sí mismos solían decir: “nosotros y el mundo”, porque opinaban que ellos solos formaban la mitad del mundo , y lo que es más, la mitad más importante. Al patito le parecía que sobre esto podía haber otras opiniones, pero la gallina ni siquiera quiso oírlo.

-¿Puedes poner huevos? -le preguntó.

-No.

-Pues entonces, ¡cállate!

Y el gato le preguntó:

-¿Puedes arquear el lomo, o ronronear, o echar chispas?

-No.

-Pues entonces, guárdate tus opiniones cuando hablan las personas sensatas.

Con lo que el patito fue a sentarse en un rincón, muy desanimado. Pero de pronto recordó el aire fresco y el sol, y sintió una nostalgia tan grande de irse a nadar en el agua que -¡no pudo evitarlo!- fue y se lo contó a la gallina.

-¡Vamos! ¿Qué te pasa? -le dijo ella-. Bien se ve que no tienes nada que hacer; por eso piensas tantas tonterías. Te las sacudirías muy pronto si te dedicaras a poner huevos o a ronronear.

-¡Pero es tan sabroso nadar en el agua! -dijo el patito feo-. ¡Tan sabroso zambullir la cabeza y bucear hasta el mismo fondo!

-Sí, muy agradable -dijo la gallina-. Me parece que te has vuelto loco. Pregúntale al gato, ¡no hay nadie tan listo como él! ¡Pregúntale a nuestra vieja ama, la mujer más sabia del mundo! ¿Crees que a ella le gusta nadar y zambullirse?

-No me comprendes -dijo el patito.

-Pues si yo no te comprendo, me gustaría saber quién podrá comprenderte. De seguro que no pretenderás ser más sabio que el gato y la señora, para no mencionarme a mí misma. ¡No seas tonto, muchacho! ¿No te has encontrado un cuarto cálido y confortable, donde te hacen compañía quienes pueden enseñarte? Pero no eres más que un tonto, y a nadie le hace gracia tenerte aquí. Te doy mi palabra de que si te digo cosas desagradables es por tu propio bien: sólo los buenos amigos nos dicen las verdades. Haz ahora tu parte y aprende a poner huevos o a ronronear y echar chispas.

-Creo que me voy a recorrer el ancho mundo -dijo el patito.

-Sí, vete -dijo la gallina.

Y así fue como el patito se marchó. Nadó y se zambulló; pero ningún ser viviente quería tratarse con él por lo feo que era.

Pronto llegó el otoño. Las hojas en el bosque se tornaron amarillas o pardas; el viento las arrancó y las hizo girar en remolinos, y los cielos tomaron un aspecto hosco y frío. Las nubes colgaban bajas, cargadas de granizo y nieve, y el cuervo, que solía posarse en la tapia, graznaba “¡cau, cau!”, de frío que tenía. Sólo de pensarlo le daban a uno escalofríos. Sí, el pobre patito feo no lo estaba pasando muy bien.

Cierta tarde, mientras el sol se ponía en un maravilloso crepúsculo, emergió de entre los arbustos una bandada de grandes y hermosas aves. El patito no había visto nunca unos animales tan espléndidos. Eran de una blancura resplandeciente, y tenían largos y esbeltos cuellos. Eran cisnes. A la vez que lanzaban un fantástico grito, extendieron sus largas, sus magníficas alas, y remontaron el vuelo, alejándose de aquel frío hacia los lagos abiertos y las tierras cálidas.

Se elevaron muy alto, muy alto, allá entre los aires, y el patito feo se sintió lleno de una rara inquietud. Comenzó a dar vueltas y vueltas en el agua lo mismo que una rueda, estirando el cuello en la dirección que seguían, que él mismo se asustó al oírlo. ¡Ah, jamás podría olvidar aquellos hermosos y afortunados pájaros! En cuanto los perdió de vista, se sumergió derecho hasta el fondo, y se hallaba como fuera de sí cuando regresó a la superficie. No tenía idea de cuál podría ser el nombre de aquellas aves, ni de adónde se dirigían, y, sin embargo, eran más importantes para él que todas las que había conocido hasta entonces. No las envidiaba en modo alguno: ¿cómo se atrevería siquiera a soñar que aquel esplendor pudiera pertenecerle? Ya se daría por satisfecho con que los patos lo tolerasen, ¡pobre criatura estrafalaria que era!

¡Cuán frío se presentaba aquel invierno! El patito se veía forzado a nadar incesantemente para impedir que el agua se congelase en torno suyo. Pero cada noche el hueco en que nadaba se hacía más y más pequeño. Vino luego una helada tan fuerte, que el patito, para que el agua no se cerrase definitivamente, ya tenía que mover las patas todo el tiempo en el hielo crujiente. Por fin, debilitado por el esfuerzo, quedose muy quieto y comenzó a congelarse rápidamente sobre el hielo.

A la mañana siguiente, muy temprano, lo encontró un campesino. Rompió el hielo con uno de sus zuecos de madera, lo recogió y lo llevó a casa, donde su mujer se encargó de revivirlo.

Los niños querían jugar con él, pero el patito feo tenía terror de sus travesuras y, con el miedo, fue a meterse revoloteando en la paila de la leche, que se derramó por todo el piso. Gritó la mujer y dio unas palmadas en el aire, y él, más asustado, metiose de un vuelo en el barril de la mantequilla, y desde allí lanzose de cabeza al cajón de la harina, de donde salió hecho una lástima. ¡Había que verlo! Chillaba la mujer y quería darle con la escoba, y los niños tropezaban unos con otros tratando de echarle mano. ¡Cómo gritaban y se reían! Fue una suerte que la puerta estuviese abierta. El patito se precipitó afuera, entre los arbustos, y se hundió, atolondrado, entre la nieve recién caída.

Pero sería demasiado cruel describir todas las miserias y trabajos que el patito tuvo que pasar durante aquel crudo invierno. Había buscado refugio entre los juncos cuando las alondras comenzaron a cantar y el sol a calentar de nuevo: llegaba la hermosa primavera.

Entonces, de repente, probó sus alas: el zumbido que hicieron fue mucho más fuerte que otras veces, y lo arrastraron rápidamente a lo alto. Casi sin darse cuenta, se halló en un vasto jardín con manzanos en flor y fragantes lilas, que colgaban de las verdes ramas sobre un sinuoso arroyo. ¡Oh, qué agradable era estar allí, en la frescura de la primavera! Y en eso surgieron frente a él de la espesura tres hermosos cisnes blancos, rizando sus plumas y dejándose llevar con suavidad por la corriente. El patito feo reconoció a aquellas espléndidas criaturas que una vez había visto levantar el vuelo, y se sintió sobrecogido por un extraño sentimiento de melancolía.

-¡Volaré hasta esas regias aves! -se dijo-. Me darán de picotazos hasta matarme, por haberme atrevido, feo como soy, a aproximarme a ellas. Pero, ¡qué importa! Mejor es que ellas me maten, a sufrir los pellizcos de los patos, los picotazos de las gallinas, los golpes de la muchacha que cuida las aves y los rigores del invierno.

Y así, voló hasta el agua y nadó hacia los hermosos cisnes. En cuanto lo vieron, se le acercaron con las plumas encrespadas.

-¡Sí, mátenme, mátenme! -gritó la desventurada criatura, inclinando la cabeza hacia el agua en espera de la muerte. Pero, ¿qué es lo que vio allí en la límpida corriente? ¡Era un reflejo de sí mismo, pero no ya el reflejo de un pájaro torpe y gris, feo y repugnante, no, sino el reflejo de un cisne!

Poco importa que se nazca en el corral de los patos, siempre que uno salga de un huevo de cisne. Se sentía realmente feliz de haber pasado tantos trabajos y desgracias, pues esto lo ayudaba a apreciar mejor la alegría y la belleza que le esperaban. Y los tres cisnes nadaban y nadaban a su alrededor y lo acariciaban con sus picos.

En el jardín habían entrado unos niños que lanzaban al agua pedazos de pan y semillas. El más pequeño exclamó:

-¡Ahí va un nuevo cisne!

Y los otros niños corearon con gritos de alegría:

-¡Sí, hay un cisne nuevo!

Y batieron palmas y bailaron, y corrieron a buscar a sus padres. Había pedacitos de pan y de pasteles en el agua, y todo el mundo decía:

-¡El nuevo es el más hermoso! ¡Qué joven y esbelto es!

Y los cisnes viejos se inclinaron ante él. Esto lo llenó de timidez, y escondió la cabeza bajo el ala, sin que supiese explicarse la razón. Era muy, pero muy feliz, aunque no había en él ni una pizca de orgullo, pues este no cabe en los corazones bondadosos. Y mientras recordaba los desprecios y humillaciones del pasado, oía cómo todos decían ahora que era el más hermoso de los cisnes. Las lilas inclinaron sus ramas ante él, bajándolas hasta el agua misma, y los rayos del sol eran cálidos y amables. Rizó entonces sus alas, alzó el esbelto cuello y se alegró desde lo hondo de su corazón:

-Jamás soñé que podría haber tanta felicidad, allá en los tiempos en que era solo un patito feo.

"El patito feo" es uno de los cuentos infantiles más famosos en la historia de la literatura, Su autor, Hans Christian Andersen, vertió bastante de su experiencia en él. Siempre fue considerado poco agraciado, por lo que aprendió a potenciar sus dotes artísticas para conquistar a las personas.

Con esta historia buscó demostrar que la belleza es completamente subjetiva y que es muy importante aprender a desarrollar la autoestima. Su protagonista recibía crueles burlas por su apariencia, pero resultó que se encontraba en el lugar y el momento equivocado. Cada uno puede florecer a su propio ritmo.

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Catalina Arancibia Durán
Catalina Arancibia Durán
Máster en Literatura Española e Hispanoamericana. Diplomada en Teoría y Crítica de Cine. Profesora de talleres literarios y correctora de estilo.