9 cuentos cortos para encantar a niños de 3 a 5 años
Varios estudios han demostrado la importancia de leer a los niños. Gracias a las historias pueden expandir su vocabulario, aprender sobre diferentes temas y mejorar su atención.
En el siguiente listado se pueden encontrar cuentos pensados específicamente para niños entre 3 y 5 años. En cada uno de ellos hay un valor para que puedan conversar luego de la lectura.
1. El elefante que quería volar
Esta historia resalta la importancia de aceptarse a uno mismo y valorar las propias habilidades. A través de su deseo, Toto comprendió que no es necesario intentar ser como los demás, sino que basta con aprovechar las herramientas propias.
Había una vez un pequeño elefante llamado Toto que era muy curioso y siempre le gustaba soñar con cosas increíbles. Un día, mientras paseaba por la selva, vio a los pájaros volando por el cielo.
—¡Qué divertido debe ser volar! —pensó Toto, moviendo sus grandes orejas.
Así decidió que quería volar como los pájaros. Se acercó a su amigo, el mono Marcelo, y le dijo:
—¡Quiero volar!
Marcelo se rió y le respondió:
—Pero, Toto, ¡los elefantes no pueden volar! Tienes orejas grandes, pero no alas.
Toto no se rindió. Se acercó a su amiga, la jirafa Lili, y le pidió ayuda.
—Lili, ¿cómo puedo volar?
Ella estiró su largo cuello y miró al cielo.
—Mmm... No lo sé, Toto. Pero tal vez puedas saltar muy alto.
Así que Toto intentó saltar. Dio un brinco enorme, pero sólo levantó un poquito del suelo. ¡No era suficiente para volar!
Entonces, Toto vio una mariposa que revoloteaba a su alrededor. Era tan pequeña, pero volaba con gracia. La mariposa se posó en su trompa y le dijo:
—Toto, no necesitas volar como los pájaros. ¡Tú puedes hacer cosas maravillosas en la tierra! Puedes usar tu trompa para ayudar a otros, y tus patas fuertes para recorrer grandes distancias.
Toto sonrió. Se dio cuenta de que no necesitaba volar para ser especial. Era único tal como era, un elefante feliz y curioso.
Desde ese día, Toto dejó de intentar volar y se dedicó a explorar la selva, ayudando a sus amigos con su gran trompa y disfrutando de todas las aventuras que encontraba en el suelo.
Y así, Toto descubrió que ser uno mismo era la mejor manera de ser feliz.
2. El tren de colores
Este bello cuento le muestra a los más pequeños que, sin importar las diferencias, se puede generar una bella amistad que llene de alegría la vida.
Había una vez un tren mágico que vivía en un hermoso valle lleno de flores. Este tren se llamaba Colorín y tenía vagones de todos los colores: rojo, azul, verde, amarillo y morado.
Un día, Colorín decidió hacer un viaje especial. Quería visitar a todos los animales del valle y llevarles alegría. Así que partió muy feliz, haciendo sonar su silbato.
Primero llegó a la casa del conejo.
—¡Hola, Conejo! —dijo Colorín—. ¿Te gustaría un paseo en mi tren?
—¡Sí! —saltó el Conejo—. Me encanta viajar.
Juntos se montaron en el vagón rojo y recorrieron el valle. Después, Colorín se detuvo en el río donde vivía la rana.
—¡Hola, Rana! —llamó—. ¿Quieres venir con nosotros?
—¡Claro! —contestó la Rana, saltando de alegría.
Así, Colorín, el Conejo y la Rana siguieron su camino, parando en cada lugar para recoger nuevos amigos: el pato, la tortuga y hasta una mariposa. Cada uno se subió a un vagón de un color diferente.
Finalmente, Colorín llegó a una colina donde todos sus amigos se sentaron juntos. Miraron el hermoso paisaje y se dieron cuenta de que, aunque eran diferentes, cada uno era especial.
—¡Qué hermoso es viajar juntos! —dijo Colorín.
—¡Sí! —respondieron todos—. Los amigos traen colores a nuestra vida.
Y así, Colorín y sus amigos aprendieron que la alegría de compartir y viajar juntos era el mejor color de todos. Desde ese día, el tren mágico siguió recorriendo el valle, llevando sonrisas y amistad a todos los rincones.
3. La semilla mágica de Luna
Este relato sirve para que los niños comprendan el valor de la paciencia y cómo el esfuerzo constante da frutos con el tiempo.
Había una vez una niña llamada Luna que vivía en una casa con un hermoso jardín. Un día, su abuela le regaló una pequeña semilla.
—Esta es una semilla mágica —le dijo la abuela—. Si la plantas y la cuidas con paciencia, crecerá algo muy especial.
Luna, emocionada, corrió al jardín y plantó la semilla en la tierra suave. Todos los días la regaba con agua y se sentaba a esperar... pero nada sucedía.
—¿Por qué no crece? —se preguntaba Luna, un poco impaciente.
Pasaron los días, y aunque Luna cuidaba la semilla, no veía ningún cambio. Empezó a sentirse desanimada, pero su abuela la animaba.
—Tienes que tener paciencia, Luna. Las cosas buenas llevan tiempo.
Luna decidió escuchar a su abuela. Cada mañana regaba la semilla, hablaba con ella y le daba cariño. Aunque a veces quería que creciera rápido, aprendió a disfrutar el proceso de cuidarla día a día.
Hasta que un día, cuando salió al jardín, vio un pequeño brote verde asomándose de la tierra. ¡La semilla había comenzado a crecer! Luna saltó de alegría.
Con el paso del tiempo, el brote creció y creció, hasta convertirse en un hermoso girasol que brillaba al sol. Luna estaba muy feliz, y su abuela le sonrió.
—¿Ves, Luna? Con paciencia y cuidado, lograste que algo maravilloso creciera.
Y así, Luna aprendió que la paciencia nos ayuda a esperar con calma, porque las cosas buenas llegan cuando menos lo esperamos.
4. La manzana de Nicolás
Esta historia destaca el valor de la generosidad. El pequeño Nicolás descubrió cómo al compartir las cosas pueden ser mucho mejores para todos.
Había una vez un niño llamado Nicolás que vivía en una granja llena de árboles frutales. A Nicolás le encantaba recoger frutas y su favorita era la manzana roja, grande y jugosa.
Un día, mientras caminaba por el huerto, encontró una manzana perfecta, la más hermosa que había visto. Brillaba al sol y parecía deliciosa.
—¡Es la manzana más grande que he visto! —exclamó Nicolás, emocionado.
Justo cuando estaba a punto de darle un mordisco, vio a su amiga Sofía que caminaba por el sendero. Sofía parecía un poco triste.
—¿Qué te pasa, Sofía? —preguntó Nicolás.
—Hoy no tuve suerte recogiendo manzanas —respondió ella—. No encontré ninguna y tenía muchas ganas de comer una.
Nicolás miró la manzana que tenía en sus manos. Era la única que había encontrado ese día y realmente quería comerla. Pero también pensó en Sofía y en lo feliz que estaría si se la daba.
Con una sonrisa, extendió la mano y le ofreció la manzana a su amiga.
—Toma, Sofía. Puedes quedarte con esta.
Sofía abrió los ojos con sorpresa.
—¿De verdad? ¡Gracias, Nicolás! —dijo muy emocionada.
Sofía le dio un gran mordisco a la manzana y luego le ofreció un poco a Nicolás. Así, el chico se sintió contento al ver lo feliz que estaba su amiga. Aunque al principio pensó que extrañaría la manzana, se dio cuenta de que compartirla lo hacía sentir aún mejor.
Desde ese día, Nico aprendió que compartir con los demás no sólo hace felices a quienes reciben, sino también a quienes dan. Y así, siempre que encontraba una fruta especial, recordaba lo bien que se sentía ser generoso con los demás.
5. La verdad de Carlitos
Este cuento enseña el valor de la honestidad y de la importancia de reconocer los errores. A través de su arrepentimiento, Carlitos descubrió que la verdad es el mejor remedio.
Había una vez un niño llamado Carlos, al que de cariño le decían Carlitos. Vivía en una pequeña aldea y le gustaba jugar con sus amigos todo el día.
Un día, mientras jugaba en el parque, vio una pelota muy bonita que había dejado otro niño cerca del tobogán. La pelota era tan brillante y colorida que Carlitos no pudo resistirse. La tomó y se la llevó sin decirle a nadie.
Al llegar a casa, su mamá le preguntó:
—¿De dónde sacaste esa pelota?
Carlitos sintió un cosquilleo en la panza. Sabía que no era suya, pero no quería meterse en problemas.
—Es... mía —dijo bajando un poco la voz.
Su mamá lo miró con cariño, pero sabía que algo no estaba bien.
—Carlitos, siempre es mejor decir la verdad. No importa lo que pase, la honestidad es lo más importante.
Carlitos se quedó pensando toda la noche. Sentía una pequeña tristeza en su corazón. Sabía que había hecho algo mal y que no había sido honesto.
Al día siguiente, volvió al parque con la pelota en la mano. Buscó al niño que la había dejado y lo encontró jugando con sus amigos.
—Perdón, esta pelota es tuya. La tomé ayer sin pedir permiso, pero quiero devolvértela —dijo Carlitos, con la cabeza un poco agachada.
El niño sonrió.
—¡Gracias! Me había dado cuenta de que la había perdido. No te preocupes, ¡qué bueno que me la devolviste!
Carlitos sintió que un gran peso se levantaba de su corazón. Se sentía mucho mejor por haber dicho la verdad. Y así, aprendió que ser honesto no sólo hacía que los demás confiaran en él, sino que también lo hacía sentirse bien consigo mismo.
6. El día de lluvia de Sofía
Esta historia le muestra a los niños la necesidad de adaptarse a las circunstancias y aprender a ser feliz con las posibilidades disponibles.
Era un día lluvioso y Sofía, una niña muy alegre, no podía salir a jugar al parque. Al principio, se sintió un poco triste porque había planeado una jornada de aventuras al aire libre, pero luego tuvo una idea brillante.
—¡Puedo jugar adentro! —exclamó Sofía con una sonrisa.
Comenzó a hacer manualidades, pintó un cuadro colorido y organizó una búsqueda del tesoro en su casa. Cada vez que encontraba un objeto, saltaba de alegría.
Sofía se dio cuenta de que, aunque el clima no era el que esperaba, aún podía encontrar alegría y diversión en casa. Al final del día, se sintió feliz y orgullosa de su creatividad.
7. El viaje de la tortuga Tita
La historia de Tita le demuestra a los niños que con determinación y esfuerzo pueden lograrse las cosas que parecían imposibles.
Había una vez una tortuga llamada Tita que soñaba con llegar al lago brillante que estaba al final del bosque. Todas las mañanas veía a sus amigos, como el conejo y el pájaro, correr y volar hacia el lago.
—Yo también quiero llegar —decía Tita.
Un día, decidió que era hora de intentarlo. Así que, con su pequeño caparazón y su gran determinación, empezó a caminar. Poco a poco, avanzaba, aunque a veces se sentía cansada.
En el camino, encontró a sus amigos descansando. El conejo le dijo:
—Tita, ¿por qué no te quedas aquí? No llegarás al lago tan rápido.
Pero Tita sonrió y respondió:
—No importa si me toma tiempo. Lo importante es seguir adelante.
Después de mucho esfuerzo, Tita finalmente llegó al lago. El agua brillaba bajo el sol, y sus amigos la esperaban.
—¡Lo lograste, Tita! —gritaron.
Tita aprendió que, aunque el camino sea lento, la perseverancia puede llevarte a lugares maravillosos.
8. La fiesta sorpresa de Lía
Este relato muestra lo importante que son los amigos en la vida. A través de una sorpresa Lía pudo demostrarle a Miguel su cariño.
Lía, una pequeña ardilla, quería hacer algo especial por su mejor amigo, el ratón Miguel, que siempre la ayudaba a recolectar nueces. Así que decidió organizarle una fiesta sorpresa para su cumpleaños.
Lía se puso a trabajar. Invitó a todos los amigos del bosque: el pato, la tortuga y el conejo. Juntos prepararon juegos, globos y, por supuesto, una deliciosa torta de nuez.
El día de la fiesta, todos se escondieron detrás de los arbustos, esperando que Miguel llegara. Cuando Miguel apareció, todos gritaron:
—¡Sorpresa! ¡Feliz cumpleaños, Miguel!
Miguel se sorprendió y su cara se iluminó de felicidad.
—¡Gracias, amigos! ¡No sabía que me querían tanto!
Lía y sus amigos se dieron cuenta de que la verdadera amistad se muestra a través de pequeños gestos y sorpresas.
9. Tomás y su mejor amigo Rolo
Este cuento destaca la importancia de la amistad, sin importar la especie o las diferencias. Tomás y Rolo descubrieron que con el cariño, apoyo y compañía la vida puede ser mucho más bonita.
Había una vez un niño llamado Tomás, que vivía en una casita cerca del bosque. Tomás era muy alegre, pero a veces se sentía un poco solo porque no tenía con quien jugar.
Un día, mientras jugaba en el jardín, escuchó un ladrido suave. Al voltear, vio a un perro pequeño y peludo que lo miraba con ojos brillantes. ¡Era un perrito muy simpático! Tomás sonrió y el perrito movió su colita rápidamente.
—Hola, ¿cómo te llamas? —le preguntó Tomás.
El perrito ladró feliz y Tomás decidió llamarlo Rolo.
Desde ese momento, Tomás y Rolo se volvieron inseparables. Corrían juntos por el jardín, exploraban el bosque cercano y, por las noches, Rolo se acurrucaba junto a él para dormir.
Un día, mientras jugaban a las escondidas, Tomás se resbaló en el barro y se raspó la rodilla. Se sintió muy triste y empezó a llorar un poco.
Rolo, al verlo, corrió hacia él y lamió su mejilla suavemente. Luego, trajo una pequeña rama, como diciéndole: "¡Vamos a jugar otra vez!".
Tomás rió y se dio cuenta de que, aunque se había lastimado, con Rolo a su lado todo era mejor. Se levantó, limpió sus lágrimas y juntos siguieron jugando.
Desde ese día, Tomás aprendió que los amigos siempre están ahí, en los momentos buenos y en los momentos no tan buenos. Rolo no solo era su perro, era su mejor amigo.
Y así, Tomás y Rolo siguieron compartiendo muchas aventuras, demostrando que la verdadera amistad siempre trae alegría, incluso en los días difíciles.
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