9 cuentos cortos para asombrar a niños de 10 a 12 años
La literatura no sólo ayuda a mejorar aspectos como el vocabulario y la ortografía, sino que permite dejar volar la imaginación y entrar a mundos mágicos.
En el siguiente listado se pueden encontrar cuentos cortos originales y divertidos, dirigidos a niños entre 10 y 12 años.
- El calcetín parlanchín
- La fiesta de los planetas
- El reloj del tiempo loco
- El dragón vegetariano
- La bicicleta voladora
- El paraguas que hablaba
- Los lentes que veían el futuro
- El caracol que quería volar
- El desastre intergaláctico de Martín y el control remoto universal
1. El calcetín parlanchín
Una mañana, Pablo descubrió que su calcetín derecho podía hablar.
- ¡Sácame de este cajón aburrido!” - le gritó.
Decidieron juntos un plan: hacer que el calcetín fuese famoso. El problema surgió cuando el calcetín izquierdo también empezó a hablar… ¡y ambos no paraban de discutir quién era más importante!
2. La fiesta de los planetas
Lucía soñó que los planetas se aburrían girando siempre en el mismo lugar, así que organizaron una fiesta espacial. Júpiter trajo los globos, Venus la música, y la Tierra llevó comida. Pero Plutón llegó tarde y nadie lo había invitado porque ya no era considerado un planeta. Sin embargo, cuando empezó a contar chistes cósmicos, todos lo aceptaron. Lucía se despertó riendo, pero desde entonces, cuando mira el cielo, cree ver a los planetas bailando.
3. El reloj del tiempo loco
Carlos compró un reloj en un mercado, pero este no marcaba la hora. Cada vez que lo giraba, lo llevaba a un momento diferente del día. Al principio era divertido: desayunaba dos veces, volvía a jugar fútbol por la tarde y saltaba las clases difíciles. Pero un día se quedó atrapado a las 6:30 de la mañana, con el despertador sonando sin parar. Aprendió a usar el reloj solo en emergencias... como para evitar la sopa de verduras en la cena.
4. El dragón vegetariano
Hugo encontró un dragón pequeño en el bosque, pero en vez de escupir fuego, lanzaba brócoli. “¡No puedo asustar a nadie con esto!”, se quejaba el dragón. Hugo le enseñó a preparar ensaladas y pronto abrieron un restaurante donde las verduras volaban directo al plato. El dragón se hizo famoso, y Hugo nunca volvió a escuchar que alguien odiara el brócoli.
5. La bicicleta voladora
Clara encontró una bicicleta oxidada en el garaje. Cuando trató de repararla, empezó a hablar y le dijo: - ¡No me limpies, soy mágica!
Clara no le creyó, pero al subirse, la bicicleta despegó hacia las nubes. Así descubrió que podía volar y llevarla donde quisiera. Visitó castillos en las montañas e islas lejanas. Sin embargo, un día, la bicicleta decidió que quería vacaciones.
¡Estoy cansada de tanto pedalear! - exclamó.
Clara la dejó descansar por un mes y ahora la bicicleta vuela sólo los fines de semana.
6. El paraguas que hablaba
Pablo compró un paraguas que hablaba en un mercado. Al principio era divertido, porque le avisaba cuándo iba a llover: “¡Cúbrete, nube en camino!”. Pero el problema llegó cuando el paraguas empezó a opinar sobre todo. “Ese abrigo no combina”, o “No necesitas otro helado”.
Cansado, Pablo intentó cambiarlo, pero el paraguas gritó: “¡Nadie cuida de ti como yo!”. Finalmente, llegaron a un trato: el paraguas sólo hablaría si estaba lloviendo. Ahora, son los mejores amigos los días nublados.
7. Los lentes que veían el futuro
Marta encontró unos lentes viejos en el ático. Cuando se los puso, descubrió que podía ver lo que iba a pasar en los próximos 5 minutos. Al principio fue emocionante: evitó que su hermano se comiera su postre y encontró una moneda antes de que alguien más la viera. Pero cuando los lentes predijeron que iba a tropezar, se quitó los lentes justo antes de caer. Desde entonces, Marta los usa con cuidado, porque se dio cuenta de que el futuro es más emocionante cuando no lo sabes todo.
8. El caracol que quería volar
Diego encontró un caracol triste en su jardín. “Quiero volar como las aves”, le dijo el caracol. Diego decidió ayudarlo: le construyó un ala con hojas y palillos. Al principio, el caracol no lograba despegar, pero después de varios intentos, consiguió planear desde el balcón. Aunque no podía ir muy lejos, el caracol estaba feliz de cumplir su sueño. Desde entonces, Diego lo visita cada tarde para diseñar nuevas alas, y juntos planean construir un parapente de flores.
9. El desastre intergaláctico de Martín y el control remoto universal
Martín era un chico como cualquiera, salvo por un pequeño detalle: era un genio en desarmar cosas y convertirlas en… bueno, otras cosas. Desde relojes hasta tostadoras, su cuarto parecía un museo de inventos raros que casi funcionaban.
Un día, mientras rebuscaba en el desván, encontró un control remoto viejo y polvoriento. Estaba cubierto de botones de colores, con símbolos que no reconocía. Intrigado, decidió llevárselo a su cuarto para "mejorarlo". Después de varias horas y un montón de cables colgando, Martín lo encendió y probó el botón rojo más grande.
—¿Qué es lo peor que podría pasar? —se dijo mientras presionaba el botón.
De repente, un destello de luz llenó su cuarto y Martín desapareció.
Apareció flotando en lo que parecía ser una nave espacial. Frente a él había un grupo de alienígenas de colores chillones, todos apuntándole con rayos láser.
Uno de ellos gritó, un ser con tres ojos y un bigote que parecía hecho de espagueti.
—¡Espera, espera! ¡Fue un accidente! —balbuceó Martín mientras agitaba el control remoto. Sin pensarlo, presionó otro botón y el bigotudo empezó a hablar… ¡en español!
—¿Cómo hiciste eso? —preguntó el alien sorprendido.
Martín sonrió, nervioso.
—Eh… soy bueno con las máquinas.
Los alienígenas explicaron que estaban en medio de una misión importante: habían perdido el mapa para regresar a su galaxia. Sin él, quedarían atrapados orbitando la Tierra para siempre. Martín, emocionado por el desafío, les prometió que podía ayudarlos, pero necesitaba tiempo.
Mientras trabajaba, descubrió que el control remoto que había encontrado no era cualquier chatarra. Era un artefacto intergaláctico capaz de controlar dispositivos de cualquier tecnología en el universo.
Sin embargo, había un problema: Martín no sabía cómo usarlo del todo.
Cuando intentó proyectar el mapa perdido, en lugar de eso encendió una lluvia de meteoritos holográficos que llenaron la nave. Luego, activó un traductor universal que hizo que todos empezaran a hablar en un idioma extraño.
—¡Cuidado con ese botón! —gritó el alien bigotudo, pero ya era tarde. Martín había presionado otro, y ahora la nave estaba rodeada por… ¡perros flotantes!
—Ups…
Finalmente, Martín respiró hondo. Recordó las palabras de su abuelo: “Cuando algo parezca imposible, concéntrate en lo básico”. Así que desactivó las funciones extrañas, conectó el control remoto al sistema de la nave y rastreó el mapa perdido.
En cuestión de minutos, proyectó el camino de regreso a su galaxia. Los alienígenas lo miraron con admiración.
—Eres un genio, terrícola —dijo el bigotudo, dándole un casco brillante como recompensa.
Martín regresó a su cuarto justo a tiempo para la cena. Guardó el casco y el control remoto en su caja de "proyectos pendientes", preguntándose si algún día volvería a necesitarlo.
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