Escultura Laocoonte y sus hijos

Andrea Imaginario
Andrea Imaginario
Especialista en artes, literatura e historia cultural
Tiempo de lectura: 10 min.

La escultura Laocoonte y sus hijos es una de las obras más relevantes de la tradición Antigüedad Clásica y pertenece estilísticamente al período helenístico. Atribuida a Agesandro (o Hagesandro), Arenorodo y Polidoro de Rodas, probablemente se esculpió entre 170 y 150 a.C.

Así como persisten las dudas sobre su datación, tampoco se sabe a ciencia cierta si la obra en cuestión es la pieza original o si se trata de una copia en mármol de algún original en bronce, pues la práctica de las copias en mármol era muy arraigada en la antigua Roma.

Independientemente de este factor, Laocoonte y sus hijos es considerada una de las grandes piezas de la Antigüedad Clásica junto con la Venus de Milo, la Victoria de Samotracia, el Discóbolo de Mirón y el Toro Farnesio. Conozcamos las razones de su fama universal.

Análisis

laocoonte
Agesandro, Arenorodo y Polidoro de Rodas: Laocoonte y sus hijos, mármol blanco, siglo II a.C., Museo Pío-Clementino, Roma, Italia.

El grupo escultórico Laocoonte y sus hijos ha despertado el interés del mundo desde su hallazgo en el siglo XVI. Expresa el cambio de sensibilidad artística que caracterizó al período helenístico, pues deja atrás el equilibrio, la austeridad y la serenidad del período clásico.

La escena

La escena está inspirada en la mitología grecolatina, y está narrada en la Eneida de Virgilio, así como en otras fuentes literarias.

Cuenta el mito que, durante el asedio a Troya, los aqueos habían ofrecido a los troyanos un enorme caballo de madera en señal de buena voluntad. Sinón, confabulado con su primo Odiseo, intentó persuadir a Príamo para que lo recibiese. Laocoonte, sacerdote del templo, percibió de inmediato la falsedad de sus palabras, y exhortó a los troyanos a rechazar la ofrenda.

Para disuadir a Príamo, el sacerdote propuso sacrificar un toro a los dioses, en la esperanza de que el caballo fuera calcinado. Sin embargo, los dioses ansiaban la destrucción de Troya y enviaron dos grandes serpientes marinas que acabaron con la vida de Laocoonte y sus hijos.

Los troyanos interpretaron el acontecimiento como señal de que el caballo era sagrado. Confiados en lo que parecía un designo favorable de los dioses, abrieron las puertas de la ciudad, solo para descubrir más tarde que Laocoonte había tenido razón, pues en el vientre de aquel gigantesco caballo se escondía el ejército aqueo.

Características

Laocoonte y sus hijos es una escultura tallada en mármol blanco y alcanza una altura de 2,42 metros. Se trata de un grupo escultórico con tres figuras humanas (un hombre adulto barbado y musculoso, de mayor tamaño, junto a dos niños o jóvenes pequeños) y dos serpientes enormes. Las figuras del grupo se organizan en una visual piramidal.

En esta pieza se representa el momento exacto en que las serpientes marítimas se enroscan en el cuerpo del sacerdote troyano y sus dos hijos. Siguiendo los rasgos característicos del arte helenístico, la obra hace gala de un gran dinamismo y virtuosismo.

Lejos de las habituales posturas del período clásico, en las que predominan los cuerpos en reposo, este grupo escultórico manifiesta la tensión dinámica propia de los cuerpos en batalla: la contorsión de los músculos, las venas que brotan, los rostros afligidos, el instante de la desesperación.

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Detalle de la serpiente mordiendo el torso de Laocoonte.

El naturalismo introducido en el arte por los griegos, es decir, el principio de imitación de la naturaleza, ha dado un paso más allá, ha alcanzado un punto álgido al fijarse en un instante efímero para eternizarlo como si fuera una instantánea de piedra.

Destaca la expresividad de los rostros, que dejan atrás la serenidad del pasado para dar cuenta del sufrimiento humano. A este respecto, el historiador del arte Ernst Gombrich señala que:

La manera en que los músculos del tronco y los brazos acusan el esfuerzo y el sufrimiento de la desesperada lucha, la expresión de dolor en el rostro del sacerdote, el desvalido retorcerse de los dos muchachos y el modo de paralizar este instante de agitación y movimiento en un grupo permanente, han concitado desde entonces la admiración.

Las dos serpientes cumplen también una función desde el punto de vista plástico. Ellas, a través de los anillos con que envuelven a los personajes, le dan unidad al grupo escultórico en una gran masa barroca.

Laocoonte no es más un sacerdote. Despojado de sus vestiduras (que yacen bajo su cuerpo), es un hombre, un padre que, con igual destino que sus hijos, los ve morir injustamente. Si Laocoonte no merece el castigo que los dioses le propinan por decir la verdad, menos aún lo merecen sus hijos.

En la representación no se descuida el trabajo psicológico sobre los personajes. Laocoonte expresa el dolor terrible de tener que enfrentar a la vez la muerte de sus hijos, que dirigen su mirada hacia él como pidiendo auxilio, y su propia muerte.

Cada personaje enfrenta un momento diferente del ataque: mientras Laocoonte y uno de los jóvenes parecen mortalmente atrapados, uno de los niños pareciera tener posibilidades de escapar al martirio. La escena no se concluye, queda abierta. Quizá, sea un guiño de ojo a una de las versiones del mito, según la cual, un hermano logra sobrevivir. Quizá no.

Todo esto no es otra cosa que la confirmación del abandono de los dioses. La mirada de Laocoonte, inútilmente, busca una señal del cielo; su boca se entreabre, pero no como quien grita, sino como quien se entrega a una suerte inexorable con toda la dignidad de la que es capaz. El horror no lo priva de su humanidad.

La conjunción de estos elementos compone un principio fundamental del arte del período helenístico: el patetismo, es decir, la expresión de la emoción, del sufrimiento y del sentimiento.

Significado

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Vista posterior del grupo escultórico Laocoonte y sus hijos.

La obra luce abigarrada, contorsionada, tensa, en movimiento. Un espíritu barroco domina la escultura. La obra no se cierra, no acaba, se nos priva del desenlace. Laocoonte y sus hijos se retuercen en un martirio eterno, recordándonos el doloroso costo de contrariar a los poderosos con la denuncia de la Verdad; recordándonos también el carácter inexorable de la muerte.

Por ser esta una de las escenas más dramáticas y crueles de la miología griega, el investigador Ernst Gombrich se preguntaba en su libro Historia del Arte (escrito hacia mediados del siglo XX), si la motivación para hacer esta obra estaría en la denuncia de cómo sucumbe injustamente el hombre valiente que, cual profeta, proclama la verdad; o si la motivación estaría, más bien, en la oportunidad de hacer un despliegue de virtuosismo.

Gombrich termina respondiéndose a sí mismo: lo más probable es que hubiera importado muy poco el carácter moral del tema en su concepción, toda vez que, para ese momento de la historia, el arte había perdido su conexión con la magia y la religión.

Quizá el interés estaría entonces en la exploración artística en sí misma, en la valoración del arte como objeto autónomo, al que el contenido le presta una excusa para encontrar la belleza en medio del horror.

Vea también La Victoria de Samotracia: análisis y significado.

Descubrimiento e impacto

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Baccio Bandinelli: Laocoonte y sus hijos, copia en mármol, 1620-1625, Galería de los Uffizi, Florencia, Italia.

Ávidos por el conocimiento de la Antigüedad Clásica, los hombres letrados del Renacimiento habían leído con gran interés los relatos del escritor romano Plinio el Viejo. De él, y gracias a su libro Naturalis historia, habían tenido noticias de la existencia de un grupo escultórico grandioso que Plinio había visto en el palacio del emperador Tito, cerca del año 70 d.C.

Sabían que aquella pieza representaba la escena de Laocoonte y sus hijos y, por medio de muchos ejercicios, imaginaron cómo pudo haber sido aquella magnífica obra por la que Plinio expresaba una admiración sin igual. Lo que no imaginaron nunca es que la escultura sería encontrada por ellos, y que podrían comprobar con sus propios ojos el aspecto de aquella obra maestra del arte helenístico.

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Miguel Ángel: La serpiente de bronce, detalle de los frescos de la Capilla Sixtina (trabajo finalizado en 1512). Escena inspirada en el estudio de Laocoonte y sus hijos.

La obra Laocoonte y sus hijos fue descubierta el 14 de enero del año 1506 en un viñedo romano propiedad de Felice de Fredis por un campesino. Fue el propio Miguel Ángel Buonarroti, uno de los primeros testigos en aparecer en la excavación, quien confirmó la correspondencia entre el relato de Plinio el Viejo y la pieza encontrada.

Por orden del Papa Julio II, muy pronto el grupo escultórico fue trasladado al Patio Octogonal del Belvedere en el Vaticano y, con el paso del tiempo, se ubicó en el Museo Pío-Clementino, aunque estuvo en poder de Napoleón Bonaparte entre 1799 y 1816.

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William Blake: Laocoonte. c. 1826-7.

Este descubrimiento causó un gran impacto a aquella generación que, hasta entonces, se había inspirado en los modelos apolíneos del arte clásico. La admiración que despertó esta obra se hizo sentir en el arte renacentista, que pronto caminaría hacia el manierismo y el barroco.

Laocoonte... se sumó a la lista de tesoros del arte albergados en la ciudad papal, a la que atrajo innumerables visitas desde el mismísimo instante en que fue exhibida por primera vez en el siglo XVI.

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Izquierda: Vista cenital de Laocoonte y sus hijos. Derecha: Max Ernst: Laocoonte y sus hijos, 1927, óleo sobre lienzo, 65 x 80 cm.

La obra fue estudiada y usada como modelo por artistas como Miguel Ángel Buonarroti, Rafael, Juan de Bolonia, Tiziano, Baccio Bandinelli, Francesco Primaticcio, y más tarde, otras generaciones también sucumbirían a sus encantos: Rubens y el Greco en el siglo XVII, William Blake a principios del siglo XIX y hasta Max Ernst en el siglo XX. Desde su reaparición, no han faltado grabados, copias, versiones, parodias y reconstrucciones hipotéticas.

Y no solo en las artes plásticas dejó su influencia. El grupo escultórico Laocoonte y sus hijos se convirtió en objeto recurrente de las más interesantes discusiones fisolóficas y estéticas de los siglos venideros. Tan es así, que el escritor Gotthold Ephraim Lessing escribió un tratado llamado Laocoonte o sobre los límites de la pintura y la poesía.

Laocoonte y sus hijos sigue siendo hoy una referencia imperecedera.

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Andrea Imaginario
Andrea Imaginario
Profesora universitaria, cantante, licenciada en Artes (mención Promoción Cultural), con maestría en Literatura Comparada por la Universidad Central de Venezuela, y doctoranda en Historia en la Universidad Autónoma de Lisboa.