5 claves para entender la importancia del muralismo mexicano

Andrea Imaginario
Andrea Imaginario
Especialista en artes, literatura e historia cultural
Tiempo de lectura: 9 min.

El muralismo mexicano es un movimiento pictórico que tuvo su origen justo después de la Revolución Mexicana de 1910 y que adquirió una importancia realmente trascendente. Es uno de los primeros movimientos pictóricos en América Latina en el siglo XX que se comprometen deliberadamente a romper la estética europeizante y a legitimar la estética latinoamericana en busca de una “autenticidad”.

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Diego Rivera: Zapata, líder agrario. 1931.

El origen y conformación del movimiento tiene lugar en la década de los años 20, la cual coincide con el fin de la Primera Guerra Mundial y el período de la Gran Depresión. Su apogeo se extendió hasta la década de los 60 e impactó en otros países latinoamericanos. Pero aún hoy, permanece viva la llama del muralismo mexicano.

Los intelectuales que pertenecieron a este movimiento buscaban reivindicar a Latinoamérica, y particularmente a México, en dos sentidos: uno estético y otro sociopolítico. Para entender al muralismo mexicano es necesario tomar en cuenta algunas claves:

1. Un movimiento artístico comprometido

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Diego Rivera: Escena "Tierra y Libertad". Detalle del mural La historia de México: de la conquista al futuro.
1929-1935, Palacio Nacional.

El muralismo mexicano fue un movimiento artístico políticamente comprometido. Esto se debe a dos factores: primero, Revolución Mexicana de 1910 y, segundo, a la influencia de las ideas marxistas.

La dictadura de Porfirio Díaz llegó a su fin tras la Revolución Mexicana, promovida por Francisco "Pancho" Villa y Emiliano Zapata, entre otros. Eso supuso un nuevo ambiente de expectativas sociales que reclamaba por el reconocimiento de los derechos de los sectores populares, en nombre de un renovado nacionalismo.

Si bien la revolución no tenía su inspiración en el marxismo, algunos intelectuales, y entre ellos los muralistas, enlazaron ambos discursos una vez que las ideas de la izquierda internacional se propagaron por el mundo. Así, comenzaron a abrazar esta “nueva” ideología y a interpretar el papel del arte desde ella.

Para los artistas influidos por las ideas marxistas, el arte era un reflejo de la sociedad, y por tanto, debía ser expresión del compromiso con la causa de las clases oprimidas (obreros y campesinos). Así, el arte se convertía en un instrumento al servicio de los ideales de revolución y reivindicación social en el marco de la lucha de clases.

Si la historia de México despertaba en los muralistas la necesidad de buscar la identidad nacional, el marxismo los inspiró a entender el arte como un recurso para la propaganda ideológica y la visibilización de la lucha de clases.

Tal fue su compromiso que los muralistas crearon el Sindicato Revolucionario de Obreros Técnicos y Plásticos y un órgano de divulgación del sindicato, llamado El Machete, que acabaría por ser la revista del Partido Comunista Mexicano.

2. Reivindicación de la función pública del arte

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José Clemente Orozco: Omnisciencia, Casa de los Azulejos, 1925.

A principios del siglo XX, las tendencias del arte se dictaban desde París y los mejores artistas del mundo iban a estudiar allá, incluidos los latinoamericanos. Pero desde el siglo XIX habían cambiado las condiciones de producción del arte, y los grandes mecenazgos palidecieron, disminuyendo los encargos de obras murales públicas. La mayor parte de los artistas debieron refugiarse en el lienzo, más fácil de comercializar. Fue así como la pintura comenzó a perder influencia en los asuntos públicos.

El ambiente cada vez más libre de la primera ola de vanguardias y el peso de las ideas políticas revolucionarias fueron caldo de cultivo para que los artistas mexicanos iniciaran una revuelta artística en el seno de su sociedad.

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José Ramos Martínez: Vendedora de Alcatraces, 1929.

En México se empezaba a formar el cambio a partir de 1913 cuando Alfredo Ramos Martínez fue nombrado director de la Escuela de Nacional de Artes Plásticas e introdujo reformas importantes. Su labor fue profundizada por el pintor Gerardo Murillo, conocido como Dr. Atl, quien deseaba superar los cánones europeos en el arte mexicano.

Cuando en 1921 José Vasconcelos, autor del libro La raza cósmica, fue nombrado secretario de Educación Pública, puso a disposición de los artistas los espacios murales de los edificios públicos para transmitir un mensaje revolucionario a la población. Así, Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros serían los primeros.

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Dr. Atl: La nube. 1934.

En la mirada de estos artistas se reflejaba un interés: encontrar un arte auténticamente mexicano que llegara a las masas y que transmitiera un nuevo horizonte de ideas y valores. De esa forma también se construía una consciencia sobre lo auténticamente latinoamericano. Ese arte tenía que ser público, para el pueblo y por el pueblo. Por ende, el soporte ideal sería el muro, el único soporte artístico realmente “democrático”, realmente público.

Vea también:

3. Un estilo propio en busca de la identidad nacional

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Diego Rivera: Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central. 1947.

Los muralistas mexicanos consideraban al acadecimismo artístico algo "burgués". Este academicismo se empeñaba en una mirada eurocéntrica de escenas religiosas, mitológicas o históricas, así como retratos y paisajes. Estos convencionalismos desataron el ímpetu creativo de los artistas que impulsaron las vanguardias.

Las vanguardias abrieron el camino a la libertad artística al reivindicar la importancia del lenguaje plástico sobre el contenido. Los muralistas se dejaron impregnar por esas formas y esa libertad, pero no pudieron renunciar al contenido trascendente, solo que añadieron un enfoque que apenas había sido abordado en el realismo social: la lucha de clases.

Un conjunto de características definieron al muralismo mexicano. Además de demarcar un estilo propio, demarcaron una agenda programática, e hicieron ver problemas sociales que habían sido ignorados. Así, por medio del arte los muralistas retomaron y reivindicaron la estética y cultura indígenas y los temas nacionales.

Así, ellos a su vez inspiraron los artistas de los países latinoamericanos a unirse a la causa de un arte comprometido con la historia y que diera voz a la construcción y reivindicación de una identidad latinoamericana, en confrontación con el modelo pretendidamente universalizante de Europa.

Ver también El laberinto de la soledad de Octavio Paz.

4. Un patrimonio artístico incoleccionable

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David Alfaro Siqueiros: Polyforum Siqueiros, fachada exterior. Inaugurado en 1971.

El muro como soporte del arte así como las instalaciones artísticas son un problema para el mercado. Este tipo de obras no puede mercantilizarse porque no son "coleccionables". Pero una cosa las distingue: el muro es permanente y las instalaciones son efímeras. Y esa diferencia subraya el objetivo logrado de los muralistas: devolver a la pintura su carácter público.

El hecho de que el muro haya sido el soporte del muralismo mexicano permite que el patrimonio desarrollado no pueda ser retirado de su función social. Independientemente de que algunos de estos murales haya sido hecho al interior de edificios públicos, estos siguen siendo parte del patrimonio público, y aquellos que sí están en espacios abiertos o de uso cotidiano, como las escuelas o universidades, entre otros, siguen al alcance de quienes frecuentan dichos lugares.

Así, el muralismo mexicano deja un legado invaluable a través de las obras de sus artistas. Algunos de los más emblemáticos fueron Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco. A ellos se sumaron también los artistas Gerardo Murillo (Dr. Atl), Rufino Tamayo, Roberto Montenegro, Federico Cantú, Juan O'Gorman, Pablo O'Higgins y Ernesto Ríos Rocha.

Ver también: Mural El hombre controlador del universo, de Diego Rivera

5. Un movimiento polémico

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José Clemente Orozco. Mural de la Biblioteca Baker, Dartmouth College, Hanover, Nuevo Hampshire. 1934.

Al ser un arte de marcado talante político, el muralismo mexicano ha generado mucha polémica. Una de ellas tendría que ver con la verdadera eficacia del muro como soporte público. En efecto, para algunos críticos era una inconsistencia que estos muros estuvieran en edificios públicos donde los campesinos no llegaban.

Así mismo, consideraban que el gobierno del PRI actuaba hipócritamente al promover un arte que enaltecía los valores de la revolución mexicana, después de haber eliminado a Zapara y a Pancho Villa de la escena política. Para estos críticos, más políticos que artísticos, el muralismo mexicano era otro escondite de la burguesía dominante.

Además del muralismo mexicano, otros movimientos plásticos en América Latina se inspiraron en la denuncia social y en la representación de las costumbres y el color local. A esto se le suman los movimientos que quisieron penetrar o cuestionar los esquemas eurocéntricos de valoración artística, como el Movimiento Modernista de Brasil con su Manifiesto Antropófago (Oswald de Andrade, 1924). Esto fue crucial para la proyección de la cultura latinoamericana en su momento que marcaba así una presencia en la escena internacional.

Sin embargo, este tipo de estéticas fundadas en el búsqueda de la "identidad latinoamericana" han sido utilizadas por el mundo occidental como estereotipos. En efecto, en un artículo de la investigadora chilena Carmen Hernández, publicado por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), esos estereotipos han oscilado entre la “exotización” y la “sociologización” del arte latinoamericano. Esto es, o Latinoamérica es “exótica/pintoresca” o es “denuncia social”.

De cualquier modo, más allá de los contenidos representados y la polémica que estos desatan, está fuera de toda duda que el muralismo mexicano fue capaz de crear una estética con autoridad propia, valiosa en sí misma, y que se ha convertido en un punto de referencia en la historia de la pintura, tanto mexicana como internacional.

Vistas así las cosas, es fácil comprender por qué Rockefeller contrató a Diego Rivera para pintar un mural y por qué también mandó a borrarlo cuando descubrió en medio de la composición el rostro de Lenin.

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Andrea Imaginario
Andrea Imaginario
Profesora universitaria, cantante, licenciada en Artes (mención Promoción Cultural), con maestría en Literatura Comparada por la Universidad Central de Venezuela, y doctoranda en Historia en la Universidad Autónoma de Lisboa.