Los mejores poemas de amor de Pablo Neruda
El amor nos acompaña siempre: nos afecta, nos desvela, nos alimenta, nos alienta, nos consume por dentro y nos consuma como seres humanos. Es la experiencia universal que toca a todos, y por eso ha sido siempre la canción de los poetas. Y Pablo Neruda escribió abundantemente sobre el amor.
El amor fue tema recurrente en la poesía del escritor chileno, una seducción que el poeta no quiso evitar. ¿Y por qué lo evitaría, si de él emergen las pulsiones que unen las almas?
Fue justamente un libro amoroso, titulado Veinte poemas de amor y una canción desesperada, el que le daría a Pablo Neruda notoriedad internacional.
Su consagración llega así en los cantos a estas profundidades del alma que hacen de la experiencia humana algo trascendente. No en balde recibió el premio Nobel de Literatura.
Por eso, hemos preparado una selección de los mejores poemas de amor de Pablo Neruda, tomados de sus obras más importantes.
Cuántas veces, amor, te amé... (soneto XXII)
En este poema, el amor se presenta como un anhelo profundo, como un horizonte que hace caminar al alma en busca de algún manantial perdido. También el amor parece un recuerdo, una evocación, una nostalgia. Es el enamorado del Amor quien escribe:
Cuántas veces, amor, te amé sin verte y tal vez sin recuerdo,
sin reconocer tu mirada, sin mirarte, centaura,
en regiones contrarias, en un mediodía quemante:
eras sólo el aroma de los cereales que amo.
Tal vez te vi, te supuse al pasar levantando una copa
en Angola, a la luz de la luna de Junio,
o eras tú la cintura de aquella guitarra
que toqué en las tinieblas y sonó como el mar desmedido.
Te amé sin que yo lo supiera, y busqué tu memoria.
En las casas vacías entré con linterna a robar tu retrato.
Pero yo ya sabía cómo era. De pronto
mientras ibas conmigo te toqué y se detuvo mi vida:
frente a mis ojos estabas, reinándome, y reinas.
Como hoguera en los bosques el fuego es tu reino.
Tomado del libro Cien sonetos de amor.
No te quiero sino porque te quiero (soneto LXVI)
El amor, al igual que el signo, es arbitrario, no tiene razones, no tiene argumentos. Simplemente es y se deja estar. En ese ser y estar el amor molesta a veces, pues al amante le irrita la percepción de ser un cautivo voluntario, un cautivo sin guardia. Pero ese sacrificio es sublime, es experiencia densa, es consumación del propio ser.
No te quiero sino porque te quiero
y de quererte a no quererte llego
y de esperarte cuando no te espero
pasa mi corazón del frío al fuego.
Te quiero sólo porque a ti te quiero,
te odio sin fin, y odiándote te ruego,
y la medida de mi amor viajero
es no verte y amarte como un ciego.
Tal vez consumirá la luz de enero,
su rayo cruel, mi corazón entero,
robándome la llave del sosiego.
En esta historia sólo yo me muero
y moriré de amor porque te quiero,
porque te quiero, amor, a sangre y fuego.
Tomado del libro Cien sonetos de amor.
Si alguna vez tu pecho se detiene (soneto XCIII)
El amante que asume la palabra ha sido seducido por la amada, Matilde, cuya vida es su propia fuente de energía, su propio ser.
En este poema, la voz lírica ha sucumbido al amor con nombre propio, al amor con ojos y cuerpo, ha sucumbido a la persona.
El amante vive fuera de sí, para el otro y por el otro. El beso se erige como símbolo de la unión eterna, de la plenitud de la experiencia amorosa, de la realización.
Si alguna vez tu pecho se detiene,
si algo deja de andar ardiendo por tus venas,
si tu voz en tu boca se va sin ser palabra,
si tus manos se olvidan de volar y se duermen,
Matilde, amor, deja tus labios entreabiertos
porque ese último beso debe durar conmigo,
debe quedar inmóvil para siempre en tu boca
para que así también me acompañe en mi muerte.
Me moriré besando tu loca boca fría,
abrazando el racimo perdido de tu cuerpo,
y buscando la luz de tus ojos cerrados.
Y así cuando la tierra reciba nuestro abrazo
iremos confundidos en una sola muerte
a vivir para siempre la eternidad de un beso.
Tomado del libro Cien sonetos de amor.
Si tú me olvidas
El poeta lo sabe: el amor vive en la memoria, en el recuerdo vivo. El amante necesita ser recordado para vivir, para ser y para amar. Si es olvidado, morirá su amor y morirá él. Si es recordado, su amor vivirá como lámpara eterna que alumbra las noches.
Quiero que sepas
una cosa.
Tú sabes cómo es esto:
si miro
la luna de cristal, la rama roja
del lento otoño en mi ventana,
si toco
junto al fuego
la impalpable ceniza
o el arrugado cuerpo de la leña,
todo me lleva a ti,
como si todo lo que existe,
aromas, luz, metales,
fueran pequeños barcos que navegan
hacia las islas tuyas que me aguardan.
Ahora bien,
si poco a poco dejas de quererme
dejaré de quererte poco a poco.
Si de pronto
me olvidas
no me busques,
que ya te habré olvidado.
Si consideras largo y loco
el viento de banderas
que pasa por mi vida
y te decides
a dejarme a la orilla
del corazón en que tengo raíces,
piensa
que en ese día,
a esa hora
levantaré los brazos
y saldrán mis raíces
a buscar otra tierra.
Pero
si cada día,
cada hora
sientes que a mí estás destinada
con dulzura implacable.
Si cada día sube
una flor a tus labios a buscarme,
ay amor mío, ay mía,
en mí todo ese fuego se repite,
en mí nada se apaga ni se olvida,
mi amor se nutre de tu amor, amada,
y mientras vivas estará en tus brazos
sin salir de los míos.
Tomado del libro Los versos del capitán
Cuerpo de mujer, colinas blancas... (poema I)
El poeta tiene cuerpo; amante y amada tienen cuerpo. En este poema, se tejen los hilos de una sensualidad joven, de un lecho amoroso vivo, que como un campo de tierra se zanja y se penetra, se trabaja y se fecunda. Es Eros quien habla en la voz del poeta:
Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos,
te pareces al mundo en tu actitud de entrega.
Mi cuerpo de labriego salvaje te socava
y hace saltar el hijo del fondo de la tierra.
Fui solo como un túnel. De mí huían los pájaros
y en mí la noche entraba su invasión poderosa.
Para sobrevivirme te forjé como un arma,
como una flecha en mi arco, como una piedra en mi honda.
Pero cae la hora de la venganza, y te amo.
Cuerpo de piel, de musgo, de leche ávida y firme.
Ah los vasos del pecho! Ah los ojos de ausencia!
Ah las rosas del pubis! Ah tu voz lenta y triste!
Cuerpo de mujer mía, persistiré en tu gracia.
Mi sed, mi ansia sin límite, mi camino indeciso!
Oscuros cauces donde la sed eterna sigue,
y la fatiga sigue, y el dolor infinito.
Tomado del libro Veinte poemas de amor y una canción desesperada
Vea también Veinte poemas de amor y una canción desesperada.
Me gusta cuando callas... (poema XV)
Ahora el amado contempla. El amado observa y se deja fascinar por la amada. Allí está su objeto de veneración, su amada en silencio, en reposo, a la que el amante admira:
Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.
Como todas las cosas están llenas de mi alma
emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía.
Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
déjame que me calle con el silencio tuyo.
Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.
Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.
Tomado del libro Veinte poemas de amor y una canción desesperada
Aquí puedes escuchar a Pablo Neruda recitando sus poemas con su propia voz:
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