Los 7 poemas más famosos de Edgar Allan Poe (analizados)

Catalina Arancibia Durán
Catalina Arancibia Durán
Máster en Literatura Española e Hispanoamericana
Tiempo de lectura: 21 min.

Edgar Allan Poe (Estados Unidos, 1809 - 1849) es uno de los escritores clave en el desarrollo de la literatura moderna. Aunque es más conocido por sus cuentos de terror fantástico y por ser el creador de los relatos de detectives, fue también un destacado poeta.

De hecho, era el género en el que más cómodo se sentía. En el prefacio de El cuervo y otros poemas (1845) declaró:

Acontecimientos de fuerza mayor me han impedido realizar, en ningún momento, ningún esfuerzo serio dentro de un campo que en circunstancias más felices hubiera sido el de mi predilección. Para mí, la poesía no ha sido un fin propuesto, sino una pasión.

Teoría poética

Poe no sólo produjo obras de ficción, sino que también reflexionó sobre su labor como escritor en dos textos muy importantes para la teoría literaria.

En 1846 publicó "Filosofía de la composición" en donde analizaba el proceso creativo tras El cuervo, su obra más famosa. Uno de los aspectos más interesantes de su propuesta fue romper con el mito del escritor como un ser inspirado, pues declaró que la creación requiere planificación, precisión y mucho trabajo.

Así, planteó que lo principal era tener control sobre el material. En sus palabras:

Consiste mi propósito en demostrar que ningún punto de la composición puede atribuirse a la intuición ni al azar; y que aquella avanzó hacia su terminación, paso a paso, con la misma exactitud y la lógica rigurosa propias de un problema matemático

Luego, en 1848, fue el turno de "El principio poético", donde vertió todas sus ideas en torno a la poesía. Para el autor, la estética era lo más importante. En general, su obra careció de interés por la realidad social o la moral, pues su eje era el lenguaje.

De esta manera, buscaba que el lector pudiera "vivir" la experiencia del poema, dejándose llevar por el ritmo. En este sentido, la musicalidad era un factor determinante. A través de esto, se podía llegar al encuentro de lo bello.

Es por este motivo que varios expertos, entre ellos el escritor francés Charles Baudelaire, afirman que su poesía pierde sentido al ser traducida, pues su emoción se halla en la cadencia de las palabras.

Sus poemas más famosos

1. El cuervo

I

En una noche pavorosa, inquieto
releía un vetusto mamotreto
cuando creí escuchar
un extraño ruido, de repente
como si alguien tocase suavemente
a mi puerta: «Visita impertinente
es, dije y nada más».

II

¡Ah! me acuerdo muy bien; era en invierno
e impaciente medía el tiempo eterno
cansado de buscar
en los libros la calma bienhechora
al dolor de mi muerta Leonora
que habita con los ángeles ahora
¡para siempre jamás!

III

Sentí el sedeño y crujidor y elástico
rozar de las cortinas, un fantástico
terror, como jamás
sentido había y quise aquel ruido
explicando, mi espíritu oprimido
calmar por fin: «Un viajero perdido
es, dije y nada más».

IV

Ya sintiendo más calma: «Caballero
exclamé, o dama, suplicaros quiero
os sirváis excusar
mas mi atención no estaba bien despierta
y fue vuestra llamada tan incierta…»
Abrí entonces de par en par la puerta:
tinieblas nada más.

V

Miro al espacio, exploro la tiniebla
y siento entonces que mi mente puebla
turba de ideas cual
ningún otro mortal las tuvo antes
y escucho con oídos anhelantes
«Leonora» unas voces susurrantes
murmurar nada más.

VI

Vuelvo a mi estancia con pavor secreto
y a escuchar torno pálido e inquieto
más fuerte golpear;
«algo, me digo, toca en mi ventana,
comprender quiero la señal arcana
y calmar esta angustia sobrehumana»:
¡el viento y nada más!

VII

Y la ventana abrí: revolcando
vi entonces un cuervo venerando
como ave de otra edad;
sin mayor ceremonia entró en mis salas
con gesto señorial y negras alas
y sobre un busto, en el dintel, de Palas
posóse y nada más.

VIII
Miro al pájaro negro, sonriente
ante su grave y serio continente
y le comienzo a hablar,
no sin un dejo de intención irónica:
«Oh cuervo, oh venerable ave anacrónica,
¿cuál es tu nombre en la región plutónica?»
Dijo el cuervo: «Jamás».

IX

En este caso al par grotesco y raro
maravilléme al escuchar tan claro
tal nombre pronunciar
y debo confesar que sentí susto
pues ante nadie, creo, tuvo el gusto
de un cuervo ver, posado sobre un busto
con tal nombre: «Jamás».

X

Cual si hubiese vertido en ese acento
el alma, calló el ave y ni un momento
las plumas movió ya,
«otros de mí han huido y se me alcanza
que él partirá mañana sin tardanza
como me ha abandonado la esperanza»;
dijo el cuervo: «¡Jamás!»

XI

Una respuesta al escuchar tan neta
me dije, no sin inquietud secreta,
«Es esto nada más.
Cuanto aprendió de un amo infortunado,
a quien tenaz ha perseguido el hado
y por solo estribillo ha conservado
¡ese jamás, jamás!»

XII

Rodé mi asiento hasta quedar enfrente
de la puerta, del busto y del vidente
cuervo y entonces ya
reclinado en la blanda sedería
en ensueños fantásticos me hundía,
pensando siempre que decir querría
aquel jamás, jamás.

XIII

Largo tiempo quedéme así en reposo
aquel extraño pájaro ominoso
mirando sin cesar,
ocupaba el diván de terciopelo
do juntos nos sentamos y en mi duelo
pensaba que Ella, nunca en este suelo
lo ocuparía más.

XIV

Entonces parecióme el aire denso
con el aroma de quemado incienso
de un invisible altar;
y escucho voces repetir fervientes:
«Olvida a Leonor, bebe el nepenthes
bebe el olvido en sus letales fuentes»;
dijo el cuervo: «¡Jamás!»

XV

«Profeta, dije, augur de otras edades
que arrojaron las negras tempestades
aquí para mi mal,
huésped de esta morada de tristura,
dí, fosco engendro de la noche oscura,
si un bálsamo habrá al fin a mi amargura»:
dijo el cuervo: «¡Jamás!»

XVI

«Profeta, dije, o diablo, infausto cuervo
por Dios, por mí, por mi dolor acerbo,
por tu poder fatal
dime si alguna vez a Leonora
volveré a ver en la eternal aurora
donde feliz con los querubes mora»;
dijo el cuervo: «¡Jamás!»

XVII

«Sea tal palabra la postrera
retorna a la plutónica rivera,»
grité: «¡No vuelvas más,
no dejes ni una huella, ni una pluma
y mi espíritu envuelto en densa bruma
libra por fin el peso que le abruma!»
dijo el cuervo: «¡Jamás!»

XVIII

Y el cuervo inmóvil, fúnebre y adusto
sigue siempre de Palas sobre el busto
y bajo mi fanal,
proyecta mancha lúgubre en la alfombra
y su mirada de demonio asombra…
¡Ay! ¿Mi alma enlutada de su sombra
se librará? ¡Jamás!

(Traducción de Carlos Arturo Torres)

Sin duda, "El cuervo" es el texto más famoso de Edgar Allan Poe. Publicado en 1845, fue su gran éxito en vida, aunque sólo recibió cinco dólares por su creación.

En "Filosofía de la composición" plantea que el objetivo de la poesía es simplemente alcanzar la belleza, pues es independiente del bien y la verdad. Se trata de la elevación del alma, no de la inteligencia o el corazón.

En este ensayo declara que desde el comienzo escogió la extensión, el asunto (la muerte de una mujer hermosa y su amante desconsolado) y el tono (lo melancólico). Además, definió que el eje estaría alrededor de la palabra nevermore (jamás).

Uno de los personajes principales es el cuervo, que funciona como una metáfora de la lucha interior del hablante. Este hombre vive un duelo por la pérdida de su amada y la visita inesperada del ave le recuerda su ausencia. Así, el "jamás" se establece como un dispositivo de autotortura.

El mundo cerrado de su habitación es penetrado por el cuervo, que se instala sobre la estatua de Palas, en referencia a Atenea, diosa de la sabiduría. De igual manera, se posiciona dando sombra sobre el hablante, indicando que nunca podrá escapar del recuerdo de Leonora.

Revisa aquí Poema El cuervo de Edgar Allan Poe: resumen, análisis y significado

2. Un sueño entre un sueño

¡Toma ese beso en la frente!
Y hoy, al partir, te confieso
que con razón me decías:
"- Fueron tus días un sueño".
Porque si huyó la esperanza,
muerto el sol o el sol naciendo,
fuera visión o no fuera,
¿Ha huido menos por eso?
Cuanto vemos, cuanto somos,
no es más que un sueño entre un sueño.

En ribera atormentada
por rugiente mar, me encuentro,
granos de arena en mi mano,
de arena de oro oprimiendo.
¡Pocos son! - mas ¡cómo fluyen
al mar, por entre mis dedos -
Mientras lloro - mientras lloro!

¡Oh Dios! ¿podré retenerlos
si los oprimo más fuerte,
aún más fuerte entre mis dedos?
¿Podré, de la onda implacable,
Salvar uno por lo menos?
Cuanto vemos, cuanto somos,
¿no es más que un sueño entre un sueño?

(Traducción de Carlos Obligado)

En "El principio poético" Poe declaró que un buen poema era aquel que lograba producir la sensación de lo sublime en el lector. En sus palabras:

Del mismo modo que los sonidos de una lira nos hablan de una realidad espiritual que traspasa la mera ejecución, un poema imaginativo nos transporta a la contemplación del ideal, a la visión beatífica de lo Bello.

Así, defendía el ideal que se popularizó durante el siglo XX del "arte por el arte". Según esta visión, la obra deja de ser relativa a la realidad y empieza a medirse en relación a sí misma. Por ello, el poeta rechazaba la “herejía de lo didáctico” para dar espacio a la aprehensión de la belleza, en un intento de acercarse a lo divino.

En estos versos se refiere al inexorable paso del tiempo. La imagen de los granos de arena representa la vida escurriéndose de manera vertiginosa y la sensación de que la realidad es una fantasía, un sueño que el ser humano experimenta de manera caótica.

3. Annabel Lee

Hace de esto ya muchos, muchos años
cuando en un reino junto al mar viví,
vivía allí una virgen que os evoco
por el nombre de Annabel Lee;
y era su único sueño, verse siempre
por mí adorada, y adorarme a mí.

Niños éramos ambos, en el reino
junto al mar, y quisímonos allí
con amor que era Amor de los amores,
yo con mi Annabel Lee;
con amor que los ángeles del cielo
envidiaban a ella cuanto a mí.

Y por eso, hace mucho, en aquel reino,
en el eino ante el mar, ¡triste de mí!
desde una nube sopló un viento, helando
para siempre a mi hermosa Annabel Lee.
Y parientes ilustres la llevaron
lejos, lejos de mí;
en el reino ante el mar, se la llevaron
donde una tumba, a sepultarla allí.

¡Oh, sí! -: no tan felices los arcángeles,
llegaron a envidiarnos, a ella, a mí!
Y no más que por eso, - todos, todos
en el reino ante el mar, sábenlo así-
sopló viento nocturno, de una nube,
robándome por siempre a Annabel Lee.

Mas, vence nuestro amor; vence al de muchos,
más gandes que ella fue, que nunca fui,
más sabios que ella fue, que nunca fui;
y ni próceros ángeles del cielo
ni demonios que el mar prospere en sí,
separarán jamás mi alma del alma
de la radiante Annabel Lee!

Pues la luna ascendente, dulcemente,
tráeme ensueños de Annabel Lee;
como estrellas tranquilas, las pupilas
me sonríen de Annabel Lee;
y reposo, en la noche embellecida,
con mi siempre querida, con mi vida:
con mi esposa radiante Annabel Lee:
En la tumba, ante el mar, de Annabel Lee.

(Traducción de Carlos Obligado)

Edgar Allan Poe declaró "La muerte de una mujer hermosa es sin duda el tema más poético del mundo". Varias de las obras del autor giran en torno al fallecimiento de la amada. Su vida personal estuvo marcada por estas ausencias. Siendo apenas un niño, su madre murió. Luego, en su juventud se enamoró de una mujer mayor llamada Helen que también abandonó el mundo de manera abrupta. Después fue el turno de su madre adoptiva y, más tarde, de su esposa.

En estos versos, presenta a Annabel Lee, el interés amoroso del hablante lírico. Así, describe un mundo maravilloso, un reino junto al mar donde vivían en la plenitud de la pasión. Sin embargo, era tan grande su amor que hasta los ángeles estaban celosos y precipitaron la muerte de la chica. A pesar de esto, ella sigue siendo parte de su recuerdo y de sí mismo.

Lo que más destaca en este poema es la musicalidad. Para Poe el metro y la rima son los que permiten la “creación rítmica de la belleza”. Este encuentro con lo bello conduce al lector a un éxtasis que va más allá de la racionalidad y le permite experimentar placer estético.

4. El valle de la inquietud

Antes, callado valle sonreía
donde nadie vivía:
todo su pueblo se partió a la guerra;
sólo los astros, plácidas pupilas,
desde las torres del azur, tranquilas,
velaban por las flores de la tierra,
entre las cuales, en el día hermoso,
iba alargando el sol lento reposo.

Ahora, cada peregrino asiste
a la inquietud de la hondonada triste.
Nada se ostenta allí sin movimiento -
nada, salvo los aire que dominan
la extraña soledad. Ah, ningún viento
agita aquellas frondas seculares
que se estremecen cual los yertos mares
en torno a las Hébridas brumosas.
Ah, viento alguno remolina el vuelo
de esas nubes que cruzan el cielo
inquieto, eternamente rumorosas, -
Por sobre las violetas que parecen
alzar - ojos humanos - la mirada, -
Por sobre aquellos lirios que se mecen
y lloran sobre tumba inominada.
Se mecen: - por jamás, su cáliz brota
rocío entre fragancias, gota a gota.
Lloran: - por siempre, de sus dulces yemas,
lágrimas fluyen cual intactas gemas.

(Traducción de Carlos Obligado)

En "El principio poético", Poe establece el gusto como el criterio esencial para la creación. Así, plantea una visión casi mística en la que el ser humano busca constantemente alcanzar la Unidad perdida.

Para él, la poesía es aquello que permite alcanzar el deseo de belleza y perfección. Al leer un poema, el lector se encuentra con lo sublime y eso lo hace alcanzar un estado de conexión con algo más que sí mismo.

De este modo, aunque estos versos refieren a la destrucción y muerte causadas por el hombre, lo hacen a través de un ritmo que invita a la contemplación.

5. Eulalia

Vivía, solo, en mundo de gemidos, y era mi alma como
linfa inmóvil, antes que Eulalia, la gentil y hermosa, fuese
mi ruborosa desposada, - hasta que Eulalia del cabello de
oro vino a ser mi sonriente desposada.

¡Ah: brillan, brillan menos las estrellas nocturnas, que
los ojos de la niña radiante! Y jamás un celaje que la niebla
tiñó en púrpura y nácares de luna, fue comparable, en la
modesta Eulalia, al menos primoroso de sus rizos, - se
igualó nunca al más humilde y leve bucle de Eulalia de ojos
luminosos.

Ya la Duda y la Pena no volverán jamás, pues que su alma
me devuelve suspiro por suspiro; y a lo largo del día, clara y
fuerte, brilla Astarté en el cielo, y hacia ella levanta siempre
la querida Eulalia su mirada de esposa, - alza siempre la
joven, dulce Eulalia, sus ojos de violeta.

(Traducción de Carlos Obligado)

En 1836, Edgar Allan Poe se casó con su prima, Virginia Clemm, quien apenas contaba 13 años. A ella le dedicó estos versos en los que se ensalza el poder del amor en la vida del hablante lírico. Gracias a la belleza y bondad de la joven, es capaz de afrontar la existencia de una manera renovada.

Destaca dentro de su repertorio poético, ya que es de los pocos textos en los que se celebra la felicidad y armonía que brinda una relación romántica. En la mayoría de sus otras creaciones abunda la tristeza y la pérdida. En cambio, aquí se trata de una celebración.

El poema hace referencia a Astarté, diosa fenicia del amor que se asociaba a la estrella del alba. Por ello, se utiliza su imagen para destacar el fuerte lazo que une a la pareja.

6. Estrofas a Helena

Helena, es tu beldad para mi alma
cual las naves nicenas que otro tiempo,
sobre fragante mar, tendido en calma,
llevaban dulcemente al peregrino
hacia la patria orilla.

Nauta, surqué desesperados mares:
tus rizos de jacinto y rostro clásico,
Océanida, volviéronme a mis lares:
volviéronme a la gloria que fue Grecia,
a la grandeza que llamóse Roma.

Erguida, como un nicho soberano,
ante el hondo vitral, estatua finges,
la lámpara de ónice en la mano,
¡Oh, Psiquis! ¡hija de las playas únicas
que son la Tierra Santa!

(Traducción de Carlos Obligado)

Compuesto en 1929, este poema está dedicado a Helen Stannard, madre de un compañero de clase del escritor. Poe visitó un día la casa de su amigo y allí conoció a esta mujer que lo cautivó con su belleza y encanto.

En los versos, Helena se convierte en una deidad que con su hermosura es capaz de transportar al hablante lírico a otro mundo. Así, el autor se traslada a Grecia y Roma, pues la grandeza de estas civilizaciones sirven para expresar la maravilla del objeto de su afecto.

Desde el comienzo la compara con Helena de Troya, considerada en la mitología griega como la más bella de todas y la que ocasionó la famosa guerra. También se hace mención a Psiquis, quien protagoniza el famoso mito junto a Eros/Cupido, donde finalmente triunfa el amor.

7. La durmiente

A medianoche, en el mes de junio,
permanezco de pie bajo la mística luna.
Un vapor de opio, como de rocío, tenue,
se desprende de su dorado halo,
y, lentamente manando, gota a gota,
sobre la cima de la tranquila montaña,
se desliza soñolienta y musicalmente
hasta el universal valle.
El romero cabecea sobre la tumba;
la lila se inclina sobre la ola;
abrazando la niebla en su pecho
las ruinas se van a dormir.
Parecido a Leteo, ¡mira!, el lago
parece que se entrega a un sueño consciente
y no despertaría por nada del mundo.
¡Toda la belleza duerme! Y ¡mira dónde reposa
Irene, con sus destinos!

¡Oh, ilustre señora!, ¿cómo puede estar bien
esta ventana abierta a la noche?
El aire travieso, desde la cima de los árboles,
pasa riendo a través de la reja.
Aires incorpóreos, revoltoso brujo,
entran y salen de tu aposento revoloteando,
y mueve el dosel de las cortinas
tan caprichosamente -tan temerariamente-
por encima de la cercana y orlada cobertura
bajo la cual tu alma adormecida reposa escondida,
que, sobre el suelo y por las paredes abajo,
¡como fantasmas las sombras suben y bajan!
¡Oh, querida señora!, ¿no tienes miedo?
¿Por qué y qué estás tú soñando aquí?
¡Seguro que vienes de allende lejanos mares,
atraída por este jardín!
¡Extraña es tu palidez! ¡Extraño tu vestido!
¡Extraña, sobre todo, la longitud de tu trenza,
todo ese silencio solemne!

¡La señora duerme! ¡Oh, que pueda su dormir
que permanece, ser tan profundo
que el cielo la tenga bajo su sagrada protección!
Este aposento se preparó para otra más santa,
esta cama para otra más melancólica.
¡Rezo a Dios para que repose
con los ojos cerrados para siempre,
mientras los pálidos amortajados fantasmas pasan!

¡El amor mío duerme! ¡Oh, que pueda ella dormir,
tan profundamente como largo sea tu sueño!
¡Que los gusanos se deslicen hacia ella suavemente!
En lo profundo del bosque, oscuro y viejo
puede aparecer algún alto cofre para ella,
algún cofre que se abra frecuentemente
su negra tapa como unas alas,
triunfantes, sobre los pináculos de los palios,
de los grandiosos funerales de su familia
-algún sepulcro, remoto, solitario,
contra cuya tapa ella ha tirado
muchas piedras distraídas en su niñez-.
Alguna tumba de cuya chirriante puerta
ella no pueda forzar nunca más un eco,
temblando al pensar, ¡pobre niña de pecado!,
que eran los muertos que gemían dentro.

Aquí aparece nuevamente uno de los temas recurrentes en la obra del autor: la muerte de la mujer amada. De hecho, fue uno de los favoritos de Poe. Los versos comienzan describiendo un ambiente lúgubre, se trata de un cementerio a medianoche, donde pronto va a estar la bella Irene.

El hablante se encuentra frente a la tumba vacía, pues la joven recién ha muerto y está en el féretro que pronto ocupará su lugar en el campo santo. Así, su cuerpo se halla en una habitación cercana, donde simplemente parece que duerme.

Aunque el hombre sufre por la pérdida, declara que su amor está en una especie de pausa y sólo desea que el descanso de la dama pueda ser eterno.

Bibliografía:

  • Hoffman, Daniel. (1995). “Edgar Allan Poe: The Artist of the Beautiful”. The American Poetry Review, Vol. 24, N° 6.
  • Pahl, Dennis. (1996). “De-composing Poe’s Philosophy”. Texas Studies in Literature and Language. Vol. 38, N° 1.
  • Poe, Edgar Allan. (2014). Poemas. Visor.
  • Poe, Edgar Allan. (2002). La filosofía de la composición y El principio poético. Cuadernos de Langre.

Ver también:

Catalina Arancibia Durán
Catalina Arancibia Durán
Máster en Literatura Española e Hispanoamericana. Diplomada en Teoría y Crítica de Cine. Profesora de talleres literarios y correctora de estilo.