30 poemas modernistas comentados

Andrea Imaginario
Andrea Imaginario
Especialista en artes, literatura e historia cultural
Tiempo de lectura: 28 min.

El modernismo fue un movimiento literario hispanoamericano surgido en el siglo XIX que se caracterizó por el afán de cosmopolitismo, el refinamiento expresivo y la musicalidad del lenguaje.

La mejor forma de comprender su estética es conociendo algunos de los autores y poemas más representativos. Por eso presentamos aquí una selección de treinta poemas modernistas que son referencias del movimiento hispanoamericano.

1. ¡Dolor! ¡Dolor!, eterna vida mía, de José Martí (Cuba)

modernismo

El poeta cubano José Martí, ubicado en la transición hacia el modernismo, expresa el lugar del dolor en su vida, cuya causa no parece evidente. Se enlaza con su persona y su hacer poético como si fuera su aliento, condición inevitable de la existencia y, al mismo tiempo, como virtud edificante. Martí hace gala de una gran libertad poética en lo que a ritmo y rima refieren. Asimismo, acude a las referencias clásicas, como el mito de Prometeo.

¡Dolor! ¡Dolor! eterna vida mía,
Ser de mi ser, sin cuyo aliento muero!

* * *

Goce en buen hora espíritu mezquino
Al son del baile animador, y prenda
Su alma en las flores que el flotante lino
De mujeres bellísimas engasta:

Goce en buen hora, y su cerebro encienda
En la rojiza lumbre de la incasta
Hoguera del deseo:

Yo, embriagado de mis penas, me devoro,
Y mis miserias lloro,
Y buitre de mí mismo me levanto,
Y me hiero y me curo con mi canto,
Buitre a la vez que altivo Prometeo.

2. Y te busqué por pueblos, de José Martí

El sujeto lírico busca el alma de la persona amada en donde no se halla. Y al descubrirlo pierde también la suya. Los elementos plásticos como los colores son a la vez símbolos presentados al lector: lirios azules son símbolo de pureza, mientras que los amarillos lo son de vivacidad y sensualidad.

Y te busqué en las nubes,
Y para hallar tu alma
Muchos lirios abrí, lirios azules.

Y los tristes llorando me dijeron:
-¡Oh, qué dolor tan vivo!
¡Que tu alma ha mucho tiempo que vivía
En un lirio amarillo!-

Mas dime -¿cómo ha sido?
¿Yo mi alma en mi pecho no tenía?
Ayer te he conocido,
Y el alma que aquí tengo no es la mía.

3. Cultivo una rosa blanca, de José Martí

José Martí expone en este texto el valor de la sinceridad y el cultivo de la amistad, cuya metáfora es la rosa blanca. Una vez más, las imágenes de la naturaleza prestan su resonancia al universo afectivo del poeta.

Cultivo una rosa blanca
en junio como enero
para el amigo sincero
que me da su mano franca.

Y para el cruel que me arranca
el corazón con que vivo,
cardo ni ortiga cultivo;
cultivo la rosa blanca.

Ver también Análisis del poema Cultivo una rosa de José Martí.

4. Tarde del trópico, de Rubén Darío (Nicaragua)

Tarde de trópico está incluido en el libro Cantos de vida y esperanza de Rubén Darío, publicado en el año 1905. En él describe una tarde nublada que avecina tiempos tormentosos, como si de una revolución se tratase.

Es la tarde gris y triste.
Viste el mar de terciopelo
y el cielo profundo viste
de duelo.

Del abismo se levanta
la queja amargo y sonora
La onda, cuando el viento canta,
llora,

Los violines de la bruma
saludan al sol que muere.
Salmodia la blanca espuma:
miserere.

La armonía el cielo inunda,
y la brisa va a llevar
la canción triste y profunda
del mar.

Del clarín del horizonte
brota sinfonía rara,
como si la voz del monte
vibrara.

Cual si fuese lo invisible...
cual si fuese el rudo son
que diese al viento un terrible
león.

5. Amo, amas…, de Rubén Darío

Con este poema, Rubén Darío exhorta a la la pasión amorosa, a la entrega profunda que no escatima en sacrificios, que no se tiene ante los abismos, porque esa pasión se revela sentido mismo de la vida humana.

Amar, amar, amar, amar siempre, con todo
el ser y con la tierra y con el cielo,
con lo claro del sol y lo oscuro del lodo;
amar por toda ciencia y amar por todo anhelo.

Y cuando la montaña de la vida
nos sea dura y larga y alta y llena de abismos,
amar la inmensidad que es de amor encendida
¡y arder en la fusión de nuestros pechos mismos!

6. Thanatos, de Rubén Darío

La muerte está siempre en la conciencia del sujeto poético, la muerte que forma parte del camino y se impone sobre el destino humano, sin olvidar a ninguna de sus criaturas. Se ubica dentro del tópico literario conocido como quotidie morimur (“morimos cada día”).

En medio del camino de la Vida...
dijo Dante. Su verso se convierte:
En medio del camino de la Muerte.

Y no hay que aborrecer a la ignorada
emperatriz y reina de la Nada.
Por ella nuestra tela está tejida,
y ella en la copa de los sueños
vierte un contrario nepente: ¡ella no olvida!

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7. En paz, de Amado Nervo (México)

Amado Nervo celebra en este poema la vida y su magnificencia, y agradece de ella los dones recibidos. La gracia de la vida se concentra en haber amado y haber sido amado.

Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;

porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;

que si extraje las mieles o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales, coseché siempre rosas.

...Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:
¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!

Hallé sin duda largas las noches de mis penas;
mas no me prometiste tan sólo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas...

Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!

8. Yo no soy demasiado sabio, de Amado Nervo

La inquietud por el infinito está presente en el poeta. La vida se le revela como testimonio irrevocable de la existencia de Dios, al percibir todos sus aspectos como gracia divina, incluso el dolor que acrisola al alma humana.

Yo no soy demasiado sabio para negarte,
Señor; encuentro lógica tu existencia divina;
me basta con abrir los ojos para hallarte;
la creación entera me convida a adorarte,
y te adoro en la rosa y te adoro en la espina.

¿Qué son nuestras angustias para querer por
argüirte de cruel? ¿Sabemos por ventura
si tú con nuestras lágrimas fabricas las estrellas,
si los seres más altos, si las cosas más bellas
se amasan con el noble barro de la amargura?

Esperemos, suframos, no lancemos jamás
a lo Invisible nuestra negación como un reto.
Pobre criatura triste, ¡ya verás, ya verás!
La Muerte se aproxima... ¡De sus labios oirás
el celeste secreto!

9. El día que me quieras, de Amado Nervo

El sujeto amoroso espera con ansias el tiempo del amor, la correspondencia del sujeto amado que da plenitud a la experiencia humana. Se convence a sí mismo de que toda la creación celebrará con el amante el momento de ser correspondido.

El día que me quieras tendrá más luz que junio;
la noche que me quieras será de plenilunio,
con notas de Beethoven vibrando en cada rayo
sus inefables cosas,
y habrá juntas más rosas
que en todo el mes de mayo.

Las fuentes cristalinas
irán por las laderas
saltando cristalinas
el día que me quieras.

El día que me quieras, los sotos escondidos
resonarán arpegios nunca jamás oídos.
Éxtasis de tus ojos, todas las primaveras
que hubo y habrá en el mundo serán cuando me quieras.

Cogidas de la mano cual rubias hermanitas,
luciendo golas cándidas, irán las margaritas
por montes y praderas,
delante de tus pasos, el día que me quieras…
Y si deshojas una, te dirá su inocente
postrer pétalo blanco: ¡Apasionadamente!

Al reventar el alba del día que me quieras,
tendrán todos los tréboles cuatro hojas agoreras,
y en el estanque, nido de gérmenes ignotos,
florecerán las místicas corolas de los lotos.

El día que me quieras será cada celaje
ala maravillosa; cada arrebol, miraje
de "Las Mil y una Noches"; cada brisa un cantar,
cada árbol una lira, cada monte un altar.

El día que me quieras, para nosotros dos
cabrá en un solo beso la beatitud de Dios.

10. Poema perdido en pocos versos, de Julia de Burgos (Puerto Rico)

La voz poética celebra el amor que llega a su vida, después de que su corazón errante deambulara tristemente en su procura. Con el amor, la voz lírica recupera su identidad, su pasión, su pulsión por vivir. Es el tiempo de la recuperación, de la resurrección del alma amante.

¡Y si dijeran que soy como devastado crepúsculo
donde ya las tristezas se durmieron!

Sencillo espejo donde recojo el mundo.
Donde enternezco soledades con mi mano feliz.

Han llegado mis puertos idos tras de los barcos
como queriendo huir de su nostalgia.

Han vuelto a mi destello las lunas apagadas
que dejé con mi nombre vociferando duelos
hasta que fueran mías todas las sombras mudas.

Han vuelto mis pupilas
amarradas al sol de su amor alba.

¡Oh amor entretenido en astros y palomas,
como el rocío feliz cruzas mi alma!
¡Feliz! ¡Feliz! ¡Feliz!

Agigantada en cósmicas gravitaciones ágiles,
sin reflexión ni nada…

11. Dadme mi número, de Julia de Burgos

modernismo

Julia de Burgos centra su atención en dos tópicos de la literatura: el memento mori (“momento de la muerte”) y el quotidie morimur (“morimos cada día”). El número al que se refiere es el número que le asignan a los cadáveres en la morgue. La poeta ansía la hora de la muerte como si ya no hubiera otra suerte que esperar. Cada día que pasa es solo prolongación de lo inevitable.

¿Qué es lo que esperan? ¿No me llaman?
¿Me han olvidado entre las yerbas,
mis camaradas más sencillos,
todos los muertos de la tierra?

¿Por qué no suenan sus campanas?
Ya para el salto estoy dispuesta.
¿Acaso quieren más cadáveres
de sueños muertos de inocencia?

¿Acaso quieren más escombros
de más goteadas primaveras,
más ojos secos en las nubes,
más rostro herido en las tormentas?

¿Quieren el féretro del viento
agazapado entre mis greñas?
¿Quieren el ansia del arroyo,
muerta en mi mente de poeta?

¿Quieren el sol desmantelado,
ya consumido en mis arterias?
¿Quieren la sombra de mi sombra,
donde no quede ni una estrella?

Casi no puedo con el mundo
que azota entero mi conciencia...
¡Dadme mi número! No quiero
que hasta el amor se me desprenda...

(Unido sueño que me sigue
como a mis pasos va la huella.)
¡Dadme mi número, porque si no,
me moriré después de muerta!

12. Alba de mi silencio, de Julia de Burgos

El amor correspondido ha silenciado la voz del sujeto lírico, ha calmado el desafuero de sus mundos interiores, de sus ruidos y ansiedades. La voz se silencia como abriéndose a la expectación del cielo…

En ti me he silenciado…
El corazón del mundo
está en tus ojos, que se vuelan
mirándome.

No quiero levantarme de tu frente fecunda
en donde acuesto el sueño de seguirme en tu alma.

Casi me siento niña de amor que llega hasta los pájaros.
Me voy muriendo en mis años de angustia
para quedar en ti
como corola recién en brote al sol...

No hay una sola brisa que no sepa mi sombra
ni camino que no alargue mi canción hasta el cielo.

¡Canción silenciada de plenitud!
En ti me he silenciado...

La hora más sencilla para amarte es esta
en que voy por la vida dolida del alba.

Ver también Modernismo: contexto histórico y representantes.

13. La muerte del héroe, de Ricardo Jaimes Freyre (Bolivia)

Ricardo Jaimes Freyre canta al héroe que, incluso en su caída, mantiene el férreo espíritu del que lucha por una causa trascendente. La muerte, sin embargo, avanza inclemente para sellar su destino final.

Aún se estremece y se yergue y amenaza con su espada
cubre el pecho destrozado su rojo y mellado escudo
hunde en la sombra infinita su mirada
y en sus labios expirantes cesa el canto heroico y rudo.

Los dos Cuervos silenciosos ven de lejos su agonía
y al guerrero las sombras alas tienden
y la noche de sus alas, a los ojos del guerrero, resplandece como el día
y hacia el pálido horizonte reposado vuelo emprenden.

14. Siempre…, de Ricardo Jaimes Freyre

En este poema incluido en el libro Castalia bárbara, de 1899, el poeta boliviano canta al aliento de los últimos ecos del amor que inflaman la imaginación.

Peregrina paloma imaginaria
que enardeces los últimos amores;
alma de luz, de música y de flores
peregrina paloma imaginaria.

Vuele sobre la roca solitaria
que baña el mar glacial de los dolores;
haya, a tu peso, un haz de resplandores,
sobre la adusta roca solitaria...

Vuele sobre la roca solitaria
peregrine paloma, ala de nieve
como divina hostia, ala tan leve...

Como un copo de nieve; ala divina,
copo de nieve, lirio, hostia, neblina,
peregrina paloma imaginaria…

15. Entre la fonda, de Ricardo Jaimes Freyre

En este poema, incluido en el libro Los sueños son vida, de 1917, Jaimes Freyre describe la sensualidad de un cuerpo que se yergue como un prodigio de los sueños.

Junto a la clara linfa, bajo la luz radiosa
del sol, como un prodigio de viviente escultura,
nieve y rosa su cuerpo, su rostro nieve y rosa
y sobre rosa y nieve su cabellera oscura.

No altera una sonrisa su majestad de diosa,
ni la mancha el deseo con su mirada impura;
en el lago profundo de sus ojos reposa
su espíritu que aguarda la dicha y la amargura.

Sueño del mármol. Sueño del arte excelso, digno
de Escopas o de Fidias, que sorprende en un signo,
una actitud, un gesto, la suprema hermosura.

Y la ve destacarse, soberbia y armoniosa,
junto a la clara linfa, bajo la luz radiosa
del sol, como un prodigio de viviente escultura.

16. Ojos negros, de Leopoldo Lugones (Argentina)

Los ojos negros son metáfora de la sentencia del amor y de la muerte que se contienen uno en el otro. El ser sucumbe a la experiencia amorosa lo mismo que el cuerpo al desafío de la muerte.

Agobia con la esbeltez
de una lánguida palmera
tenebrosa cabellera
su vehemente palidez.

Y en esta negrura inerte
cruzan profundos puñales,
los largos ojos fatales,
del amor y de la muerte.

17. Historia de mi muerte, de Leopoldo Lugones

Leopoldo Lugones vuelve aquí sobre la muerte como anticipo, como premonición o presagio ante el amor que se desvanece. Casi como un juego de seducción, la muerte se presenta como un hilo envolvente que abandona al sujeto lírico cuando sobreviene la ausencia del sujeto amado.

Soñé la muerte y era muy sencillo:
Una hebra de seda me envolvía,
Y cada beso tuyo,
Con una vuelta menos me ceñía.
Y cada beso tuyo
Era un día;
Y el tiempo que mediaba entre dos besos,
Una noche.
La muerte es muy sencilla.

Y poco a poco fue desenvolviéndose
La hebra fatal.
Ya no la retenía
Sino por sólo un cabo entre los dedos...
Cuando de pronto te pusiste fría,
Y ya no me besaste...
Y solté el cabo, y se me fue la vida.

18. Luna primaveral, de Leopoldo Lugones

El poeta canta a la entrega confiante y amorosa de la persona amada. Sus recorridos figurativos redundan en torno a los tonos blancos, símbolo de la pureza.

La florida acacia
nieva sobre el banco,
en lánguido blanco
florece tu gracia.

Y al amor rendida,
me entregas, confiadas,
tus manos cargadas
de luna florida.

19. Ars, de José Asunción Silva (Colombia)

El centro de este poema gira en torno a la creación poética en sí misma. Con una estructura de tres estrofas de cuatro versos, el poeta reflexiona sobre sus inquietudes y búsquedas estéticas. Es, en todo el sentido de la palabra, ars poética.

El verso es vaso santo. Poned en él tan sólo,
un pensamiento puro,
¡en cuyo fondo bullan hirvientes las imágenes
como burbujas de oro de un viejo vino oscuro!

Allí verted las flores que en la continua lucha,
ajó del mundo el frío,
recuerdos deliciosos de tiempos que no vuelven,
y nardos empapados en gotas de rocío
para que la existencia mísera se embalsame
cual de una esencia ignota,
¡quemándose en el fuego del alma enternecida
de aquel supremo bálsamo basta una sola gota!

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20. Infancia, de José Asunción Silva

modernismo

En este poema, José Asunción Silva repasa con nostalgia los recorridos de la niñez. El recuerdo de la infancia es la edad del oro del individuo, signada por la inocencia y el candor, la plenitud de la existencia humana desprovista de las ansiedades recibidas del orden dominante. La infancia es, pues, mito originario, poblado de recuerdos de cuentos e historias fantásticas.

Esos recuerdos con olor de helecho
Son el idilio de la edad primera.

G.G.G.

Con el recuerdo vago de las cosas
que embellecen el tiempo y la distancia,
retornan a las almas cariñosas,
cual bandadas de blancas mariposas,
los plácidos recuerdos de la infancia.

¡Caperucita, Barba Azul, pequeños
liliputienses, Gulliver gigante
que flotáis en las brumas de los sueños,
aquí tended las alas,
que yo con alegría
llamaré para haceros compañía
al ratoncito Pérez y a Urdimalas!

¡Edad feliz! Seguir con vivos ojos
donde la idea brilla,
de la maestra la cansada mano,
sobre los grandes caracteres rojos
de la rota cartilla,
donde el esbozo de un bosquejo vago,
fruto de instantes de infantil despecho,
las separadas letras juntas puso
bajo la sombra de impasible techo.

En alas de la brisa
del luminoso Agosto, blanca, inquieta
a la región de las errantes nubes
hacer que se levante la cometa
en húmeda mañana;
con el vestido nuevo hecho jirones,
en las ramas gomosas del cerezo
el nido sorprender de copetones;
escuchar de la abuela
las sencillas historias peregrinas;
perseguir las errantes golondrinas,
abandonar la escuela
y organizar horrísona batalla
en donde hacen las piedras de metralla
y el ajado pañuelo de bandera;
componer el pesebre
de los silos del monte levantados;
tras el largo paseo bullicioso
traer la grama leve,
los corales, el musgo codiciado,
y en extraños paisajes peregrinos
y perspectivas nunca imaginadas,
hacer de áureas arenas los caminos
y del talco brillante las cascadas.

Los Reyes colocar en la colina
y colgada del techo
la estrella que sus pasos encamina,
y en el portal el Niño-Dios riente
sobre el mullido lecho
de musgo gris y verdecino helecho.

¡Alma blanca, mejillas sonrosadas,
cutis de níveo armiño,
cabellera de oro,
ojos vivos de plácidas miradas,
cuán bello hacéis al inocente niño!...

Infancia, valle ameno,
de calma y de frescura bendecida
donde es süave el rayo
del sol que abrasa el resto de la vida.
¡Cómo es de santa tu inocencia pura,
cómo tus breves dichas transitorias,
cómo es de dulce en horas de amargura
dirigir al pasado la mirada
y evocar tus memorias!

21. El sueño del Caimán, de José Santos Chocano (Perú)

El caimán se vuelve imagen metafórica de la experiencia del sujeto que, entre las apariencias de fuerza y brillo, vive aislado del conjunto que le rodea, a trapado en sí mismo.

Enorme tronco que arrastró la ola,
yace el caimán varado en la ribera;
espinazo de abrupta cordillera,
fauces de abismo y formidable cola.

El sol lo envuelve en fúlgida aureola;
y parece lucir cota y cimera,
cual monstruo de metal que reverbera
y que al reverberar se tornasola.

Inmóvil como un ídolo sagrado,
ceñido en mallas de compacto acero,
está ante el agua estático y sombrío,

a manera de un príncipe encantado
que vive eternamente prisionero
en el palacio de cristal de un río.

22. ¿Quién sabe?, de José Santos Chocano

José Santos Chocano expone en este poema la paradoja del proceso histórico de la colonización, que redujo a condición de siervos a los legítimos pobladores del continente americano. ¿Acaso resignación la de los indígenas? El poeta cuestiona el orden dominante.

Indio que asomas a la puerta
de esa tu rústica mansión,
¿para mi sed no tienes agua?,
¿para mi frío, cobertor?,
¿parco maíz para mi hambre?,
¿para mi sueño, mal rincón?
¿breve quietud para mi andanza?...
¡Quién sabe, señor!

Indio que labras con fatiga
tierras que de otro dueño son:
¿ignoras tú que deben tuyas
ser, por tu sangre y tu sudor?
¿Ignoras tú que audaz codicia,
siglos atrás, te las quitó?
¿Ignoras tú que eres el amo?
¡Quién sabe, señor!

Indio de frente taciturna
y de pupilas sin fulgor,
¿qué pensamiento es el que escondes
en tu enigmática expresión?
¿Qué es lo que buscas en tu vida?,
¿qué es lo que imploras a tu Dios?,
¿qué es lo que sueña tu silencio?
¡Quién sabe, señor!

¡Oh raza antigua y misteriosa
de impenetrable corazón,
y que sin gozar ves la alegría
y sin sufrir ves el dolor;
eres augusta como el Ande,
el Grande Océano y el Sol!
Ese tu gesto, que parece
como de vil resignación,
es de una sabia indiferencia
y de un orgullo sin rencor...

Corre en mis venas sangre tuya,
y, por tal sangre, si mi Dios
me interrogase qué prefiero,
cruz o laurel, espina o flor,
beso que apague mis suspiros
o hiel que colme mi canción
responderíale dudando:
¡Quién sabe, Señor!

23. Su majestad el tiempo, de Julio Herrera y Reissig (Uruguay)

El poeta Julio Herrera y Reissig se aboca en este poema a describir las entrañas del tiempo al que presenta como un gran patriarca que, aunque envejecido, aún promete descendencia futura.

El Viejo Patriarca,
Que todo lo abarca,
Se riza la barba de príncipe asirio;
Su nívea cabeza parece un gran lirio,
Parece un gran lirio la nívea cabeza del viejo Patriarca.

Su pálida frente es un mapa confuso:
La abultan montañas de hueso.
Que forman lo raro, lo inmenso, lo espeso
De todos los siglos del tiempo difuso.

Su frente de viejo ermitaño
Parece el desierto de todo lo antaño:
En ella han carpido la hora y el año,
Lo siempre empezado, lo siempre concluso,
Lo vago, lo ignoto, lo iluso, lo extraño,
Lo extraño y lo iluso...

Su pálida frente es un mapa confuso:
La cruzan arrugas, eternas arrugas,
Que son cual los ríos del vago país de lo abstruso
Cuyas olas, los años, se escapan en rápidas fugas.

¡Oh, las viejas, eternas arrugas;
Oh los surcos oscuros:
Pensamientos en formas de orugas
De donde saldrán los magníficos siglos futuros!

24. Julio, de Julio Herrera y Reissig

En este poema de Julio Herrera y Reissig, predomina como rasgo característico la sonoridad del lenguaje, la construcción de imágenes literarias inadvertidas que juegan con los ecos de la imaginación.

¡Frío, frío, frío!
Pieles, nostalgias y dolores mudos.
Flotan sobre el esplín de la campaña
una jaqueca sudorosa y fría,
y las ranas celebran en la umbría
una función de ventriloquía extraña.

La Neurastenia gris de la montaña
piensa, por singular telepatía,
con la adusta y claustral monomanía
del convento senil de la Bretaña.

Resolviendo una suma de ilusiones,
como un Jordán de cándidos vellones
La majada eucarística se integra;

y a lo lejos el cuervo pensativo
sueña acaso en un Cosmos abstractivo
como una luna pavorosa y negra.

25. Retrato Antiguo, de Ernesto Noboa Caamaño (Ecuador)

Ernesto Noboa Caamaño evoca en este poema imágenes como tomadas de impresiones visuales. Este, junto a otros textos, es un poema que exhibe la emoción ante lo bello de un instante capturado en la imagen. De alguna manera, confirma la estrecha relación entre pintura y poesía.

Tienes el aire altivo, misterioso y doliente
de aquellas nobles damas que retrató Pantoja:
y los cabellos oscuros, la mirada indolente,
y la boca imprecisa, luciferina y roja.

En tus negras pupilas el misterio se aloja,
el ave azul del sueño se fatiga en tu frente,
y en la pálida mano que una rosa deshoja,
resplandece la perla de prodigioso oriente.

Sonrisa que fue ensueño del divino Leonardo,
ojos alucinados, manos de Fornarina,
porte de Dogaresa, cuello de María Estuardo,
que parece formado -por venganza divina-
para rodar segado como un tallo de nardo,
como un ramo de lirios, bajo la guillotina.

Tarde glacial de lluvia y de monotonía.
Tú, tras de los cristales del florido balcón,
con la mirada náufraga en la gris lejanía
vas deshojando lentamente el corazón.

Ruedan mustios los pétalos... Tedio, melancolía,
desencanto... te dicen trémulos al caer,
y tu incierta mirada, como una ave sombría,
abate el vuelo sobre las ruinas del ayer.

Canta la lluvia armónica. Bajo la tarde mustia
muere tu postrer sueño como una flor de angustia,
y, en tanto que, a lo lejos preludia la oración
sagrada del crepúsculo la voz de una campana,
tú rezas la doliente letanía verleniana:
como llueve en las calles, en mi corazón.

26. Oda al Atlántico (XXIV), de Tomás Morales Castellano (España)

El presente poema es un fragmento de la obra Oda al Atlántico de Tomás Morales Castellano, escritor español oriundo de la Gran Canaria. El poema invoca el poder de la identidad que se construye en la geografía personal del escritor.

¡Atlántico infinito, tú que mi canto ordenas!
Cada vez que mis pasos me llevan a tu parte,
siento que nueva sangre palpita por mis venas
y, a la vez que mi cuerpo, cobra salud mi arte…
El alma temblorosa se anega en tu corriente.
Con ímpetu ferviente,
henchidos los pulmones de tus brisas saladas
y a plenitud de boca,
un luchador te grita “¡Padre!” desde una roca
de estas maravillosas Islas Afortunadas...

27. Poemas del mar (final), de Tomás Morales Castellano

La vida se presenta ante el poeta como un mar brioso sobre el cual navega, bajo la constante oposición de las tinieblas y el viento del norte, contra los que nada puede.

Yo fui el bravo piloto de mi bajel de ensueño,
argonauta ilusorio de un país presentido,
de alguna isla dorada de quimera o de sueño
oculta entre las sombras de lo desconocido...

Acaso un cargamento magnífico encerraba
en su cala mi barco, ni pregunté siquiera;
absorta, mi pupila las tinieblas sondaba,
y hasta hube de olvidarme de clavar la bandera...

Y llegó el viento Norte, desapacible y rudo;
el vigoroso esfuerzo de mi brazo desnudo
logró tener un punto la fuerza del turbión;

para lograr el triunfo luché desesperado,
y cuando ya mi brazo desfalleció, cansado,
una mano, en la noche, me arrebató el timón...

28. A una morena, de Carlos Pezoa Véliz (Chile)

El poeta chileno Carlos Pezoa Véliz describe a una mujer morena con un lenguaje sensual y evocativo, cargado de imágenes pasionales y fuertes que delatan gran erotismo, al mismo tiempo que delicadeza y seducción.

Tienes ojos de abismo, cabellera
llena de luz y sombra, como el río
que deslizando su caudal bravío,
al beso de la luna reverbera.

Nada más cimbrador que tu cadera,
rebelde a la presión del atavío…
Hay en tu sangre perdurable estío
y en tus labios eterna primavera.

Bello fuera fundir en tu regazo
el beso de la muerte con tu brazo…
Espirar como un dios, lánguidamente,

teniendo tus cabellos por guirnalda,
para que al roce de una carne ardiente
se estremezca el cadáver en tu falda…

29. A una rubia, de Carlos Pezoa Véliz

En contraste con el poema anterior, en este poema Carlos Pezoa Véliz describe una doncella rubia haciendo uso de un lenguaje que evoca una atmósfera reposada, serena e idealizada... una feminidad casi angélica.

Semejante al fulgor de la mañana,
en las cimas nevadas del oriente,
sobre el pálido tinte de tu frente
destácase tu crencha soberana.

Al verte sonreír en la ventana
póstrase de rodillas el creyente
porque cree mirar la faz sonriente
de alguna blanca aparición cristiana.

Sobre tu suelta cabellera rubia
cae la luz en ondulante lluvia.
Igual al cisne que a lo lejos pierde

su busto en sueños de oriental pereza,
mi espíritu que adora la tristeza
cruza soñando tu pupila verde.

30. Nada, de Carlos Pezoa Véliz

Carlos Pezoa Véliz expone la situación de un sujeto que ocupa el último lugar de un orden social. Describe, pues, la suerte de los pobres de la tierra, los abandonados y solitarios, tenidos por nada en el extraño mundo de la sociedad establecida.

Era un pobre diablo que siempre venía
cerca de un gran pueblo donde yo vivía;
joven rubio y flaco, sucio y mal vestido,
siempre cabizbajo... ¡Tal vez un perdido!

Un día de invierno lo encontramos muerto
dentro de un arroyo próximo a mi huerto,
varios cazadores que con sus lebreles
cantando marchaban... Entre sus papeles
no encontraron nada... los jueces de turno
hicieron preguntas al guardián nocturno:
éste no sabía nada del extinto;
ni el vecino Pérez, ni el vecino Pinto.

Una chica dijo que sería un loco
o algún vagabundo que comía poco,
y un chusco que oía las conversaciones
se tentó de risa... ¡Vaya unos simplones!
Una paletada le echó el panteonero;
luego lió un cigarro; se caló el sombrero
y emprendió la vuelta…
Tras la paletada, nada dijo nada, nadie dijo nada…

Andrea Imaginario
Andrea Imaginario
Profesora universitaria, cantante, licenciada en Artes (mención Promoción Cultural), con maestría en Literatura Comparada por la Universidad Central de Venezuela, y doctoranda en Historia en la Universidad Autónoma de Lisboa.