¿Qué es un cuento? Características, tipos y reflexiones
Un cuento es una narración breve de ficción que se distingue por tener un comienzo, un nudo y un desenlace, además de mostrar un incidente que sucede en un tiempo y espacio determinados, experimentados por uno o más personajes.
La historia debe generar interés a través de una atmósfera que logre capturar la atención mientras dura el momento de lectura. De igual manera, el narrador es fundamental para marcar el tono, ya que cambia la perspectiva si es omnisciente y lo conoce todo, o es protagonista y cuenta su versión de los hechos.
Por otro lado, las características esenciales son la brevedad, la intensidad y síntesis, además de la apertura hacia reflexiones más profundas, que van más allá de la simple anécdota que se narra.
Aunque existen subgéneros, ya sean infantiles, fantásticos, de terror o de misterio, todos comparten los mismos elementos que los diferencian de otros tipos de texto.
También existe el microcuento que lleva al extremo la brevedad, como se puede ver en "El dinosaurio" de Augusto Monterroso: "Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí".
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Características de un cuento
Brevedad
La característica principal de todo cuento es su brevedad, se trata de una historia que puede consumirse de forma rápida debido a su corta extensión y a la utilización de la mínima cantidad de elementos: un pequeño número de personajes, un incidente y un ambiente reducido.
Intensidad y tensión
Además de ser breve, el cuento debe atrapar al lector. Esto no quiere decir que sea requisito crear escenarios de acción y aventuras, sino que basta con plantear una situación inquietante, en donde el lector tenga la sensación de que algo va a ocurrir.
Apertura
Si bien toda historia cuenta una anécdota particular, de todas formas permite entrever los conflictos humanos y entrega la panorámica de una época, una sociedad o una vida.
De esta manera, se puede comprender que un cuento puede contarnos una anécdota muy sencilla, que encierra un significado más profundo que se debe encontrar. Es tarea del lector indagar y descubrirlo.
Tres tipos de cuentos
Tradicionalmente se conocen tres tipos de cuentos:
Volteriano
En este caso se utiliza el cuento como vehículo de introducción de ideas. Durante la Ilustración, comenzó a democratizarse el conocimiento y la mejor manera para llegar a todos era a través de historias. Por tanto, la intención era pedagógica: comunicar conceptos políticos y filosóficos de forma sencilla y accesible.
Romántico
Es aquel que fija la tradición, es decir, materializa discursivamente un relato que sólo existía en el registro oral.
Se trata de transmitir el espíritu de un pueblo. Por ejemplo, los famosos hermanos Grimm eran filólogos que buscaban recopilar los cambios de la lengua en su Alemania natal con un interés histórico y conservador. Así, tomaron historias que pertenecían a todos, y las llevaron al papel, instaurando una estructura, un ritmo y un estilo. Con ello, se convirtieron en Los cuentos de los hermanos Grimm.
Por este motivo, estas historias clásicas resultan atemporales y "rellenables", se pueden ver diez versiones diferentes de La cenicienta dependiendo de la época y el contexto, y sigue funcionando.
Literario
Estos cuentos se caracterizan por su autonomía. Nacen con una intencionalidad diferente a los modelos anteriores, ya que persiguen un ideal estético y un afán creativo. Corresponden a la época del cuento moderno, con historias ligadas a un autor y su tiempo.
Ejemplos de cuentos
La continuidad de los parques (1956) - Julio Cortázar
Este cuento del escritor argentino Julio Cortázar tiene una trama muy sencilla, es sobre un hombre que lee una novela. Lo interesante sucede cuando en esta simple anécdota, el autor logra generar una atmósfera inquietante y plantea reflexiones profundas sobre el poder imaginativo y creador de la lectura.
Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías, volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restañaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.
Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.
Punto final (1986) - Cristina Peri Rossi
En este relato se analizan las relaciones modernas. Se narra la historia de una pareja enamorada y se utiliza el recurso fantástico de un punto como objeto real que puede acabar con la relación. Esto funciona como una metáfora sobre la dificultad de acabar algunos vínculos en el momento apropiado.
Cuando nos conocimos, ella me dijo: «Te doy el punto final. Es un punto muy valioso, no lo pierdas. Consérvalo, para usarlo en el momento oportuno. Es lo mejor que puedo darte y lo hago porque me mereces confianza. Espero que no me defraudes». Durante mucho tiempo, tuve el punto final en el bolsillo. Mezclado con las monedas, las briznas de tabaco y los fósforos, se ensuciaba un poco; además, éramos tan felices que pensé que nunca habría de usarlo. Entonces compré un estuche seguro y allí lo guardé. Los días transcurrían venturosos, al abrigo de la desilusión y del tedio. Por la mañana nos despertábamos alegres, dichosos de estar juntos; cada jornada se abría como un vasto mundo desconocido, lleno de sorpresas a descubrir. Las cosas familiares dejaron de serlo, recobraron la perdida frescura, y otras, como los parques y los lagos, se volvieron acogedoras, maternales. Recorríamos las calles observando cosas que los demás no veían y los aromas, los colores, las luces, el tiempo y el espacio eran más intensos. Nuestra percepción se había agudizado, como bajo los efectos de una poderosa droga. Pero no estábamos ebrios, sino sutiles y serenos, dotados de una rara capacidad para armonizar con el mundo. Teníamos con nuestros sentidos una singular melodía que respetaba el orden del exterior, sin sujetarse a él.
Con la felicidad, olvidé el estuche, o lo perdí, inadvertidamente. No puedo saberlo. Ahora que la dicha terminó, no encuentro el punto final por ningún lado. Esto crea conflictos y rencores suplementarios. «¿Dónde lo guardaste? —me pregunta ella, indignada—. ¿Qué esperas para usarlo? No demores más, de lo contrario, todo lo anterior perderá belleza y sentido». Busco en los armarios, en los abrigos, en los cajones, en el forro de los sillones, debajo de la mesa y de la cama. Pero el punto no está; tampoco el estuche. Mi búsqueda se ha vuelto tensa, obsesiva. Es posible que lo haya extraviado en alguno de nuestros momentos felices. No está en la sala, ni en el dormitorio, ni en la chimenea. ¿El gato se lo habrá comido?
Su ausencia aumenta nuestra desdicha de manera dolorosa. En tanto el punto no aparezca, estamos encadenados el uno al otro, y esos eslabones están hechos de rencor, apatía, vergüenza y odio. Debemos conformarnos con seguir así, desechando la posibilidad de una nueva vida. Nuestras noches son penosas, compartiendo la misma habitación, donde el resquemor tiene la estatura de una pared y asfixia, como un vapor malsano. Tiñe los muebles, los armarios, los libros dispersos por el suelo. Discutimos por cualquier cosa, aunque los dos sabemos que, en el fondo, se trata de la desaparición del punto, de la cual ella me responsabiliza. Creo que a veces sospecha que en realidad lo tengo, escondido, para vengarme de ella. «No debí confiar en ti —se reprocha—. Debí imaginar que me traicionarías». Era un estuche de plata, largo, de los que antiguamente se usaban para guardar rapé. Lo compré en un mercado de artículos viejos. Me pareció el lugar más adecuado para guardarlo. El punto estaba allí, redondo, minúsculo, bien acomodado. Pero pasaron tantos años. Es posible que se extraviara durante una mudanza, o quizás alguien lo robó, pensando que era valioso.
Luego de buscarlo en vano casi todo el día, me voy de casa, para no encontrar su mirada de reproche, su voz de odio. Toda nuestra felicidad anterior ha desaparecido, y sería inútil pensar que volverá. Pero tampoco podemos separarnos. Ese punto huidizo nos liga, nos ata, nos llena de rencor y de fastidio, va devorando uno a uno los días anteriores, los que fueron hermosos.
Sólo espero que en algún momento aparezca, por azar, extraviado en un bolsillo, confundido con otros objetos. Entonces será un gordo, enlutado, sucio y polvoriento punto final, a destiempo, como el que colocan los escritores noveles.
Orígenes del cuento
El cuento surge de forma natural, ya que proviene de la tradición oral y popular. Desde tiempos inmemoriales, los pueblos han creado historias para explicar el mundo y darle sentido.
El escritor alemán Günter Grass afirmó: "Las personas siempre han contado cuentos. Mucho antes de que la humanidad aprendiera a leer y escribir, todo el mundo escuchaba cuentos".
En las primeras sociedades, contenían elementos mágicos y milagrosos, relacionado con sistemas de creencias, valores y ritos, como sucede, por ejemplo, con los mitos griegos.
Con el tiempo, este "saber popular" pasó a formas escritas y con el nacimiento de la imprenta de Gutenberg cambió la perspectiva sobre la autoría.
Diferencia entre cuento y novela
Durante muchos años se consideró que la novela resultaba más importante debido a su mayor longitud. Según el académico Joaquín Aguirre, "el valor de un escritor se mide a través de su capacidad para crear grandes edificios, construir monumentales textos en los que meter el mundo”.
Así, la novela tiene la ventaja de un efecto acumulativo, puede tomarse todo el tiempo y espacio que necesite para contar una historia, con sucesivos cambios de estado y una variedad ilimitada de espacios y personajes. Esto ayuda a crear un vínculo con el mundo narrado.
En cambio, el cuento tiene que someterse a su brevedad y lograr cautivar con el mínimo posible de elementos y detalles. Para mantener la atención del lector, debe limitarse a una anécdota y un cambio de estado.
Con los años, ha llegado a valorarse más el meticuloso trabajo que exige un cuento, al requerir precisión y destrezas narrativas que la novela no exige. Mientras en una novela se pueden perdonar ciertas digresiones, en un cuento resultaría inaceptable.
Cambios en el cuento moderno
A partir del siglo XX, el cuento comenzó a desarrollarse con mucha más fuerza debido al formato de revistas y publicaciones periódicas. Además, el ritmo de la vida moderna, la llegada del cine y la televisión disminuyeron aún más el tiempo dedicado a la lectura.
Debido a esto, los escritores introdujeron cambios en sus historias. Comenzaron a quedar en un segundo plano los relatos de acción, de aventuras y de grandes héroes, para dar paso al retrato de la vida de las personas comunes y corrientes. Asimismo, los cuentos comenzaron a ser más subjetivos, convirtiendo al lector en alguien que participa activamente.
La sencillez
Una de las premisas del cuento moderno tiene que ver con intentar recrear escenas de la vida, una especie de "instantánea" alrededor de un personaje.
Se trata de reflejar lo cotidiano, para así mostrar la vida en su sencillez y monotonía, el drama del día a día con el que cualquier lector se puede identificar.
Sin embargo, la simpleza resulta engañosa, pues incorpora lo dramático y contradictorio en argumentos de apariencia sencilla, ya que siempre busca hacernos reflexionar sobre las interrogaciones trascendentales de la existencia.
El escritor ruso Antón Chéjov planteó una de las bases para todo relato bien estructurado con su anécdota sobre el arma. En una carta a un amigo le escribió: "Si dijiste en el primer acto que había una escopeta colgada en la pared, en el segundo o tercero debe ser descolgada inevitablemente. Si no va a ser disparada, no debería haber sido puesta allí”.
Con esta afirmación, creó uno de los recursos más importantes para la narrativa del siglo XX, tanto en el ámbito literario como cinematográfico, pues destaca que una buena historia debe contener sólo lo indispensable.
Decir más de lo que nos muestra
El escritor norteamericano Ernest Hemingway fue uno de los grandes referentes para el cuento moderno, con su famosa teoría en la que comparaba el texto literario con un iceberg, es decir, mostrar sólo el tercio de su cuerpo, para así motivar la imaginación del lector.
De esta forma, lo que asoma debe sugerir lo que está pasando debajo, siguiendo la lógica de que lo más importante nunca se cuenta. Presenta los hechos, pero omite la explicación y quien lee debe realizar el trabajo interpretativo.
Con estos postulados dio un gran paso hacia la concepción actual de la literatura, pues la narrativa tradicional funcionaba bajo el esquema de resolución de problemas, respondiendo la pregunta ¿qué va a pasar?. En cambio, el autor opta por una propuesta de revelación, en que el énfasis está en mostrarle al lector sin necesidad de resolver. A través de esta ambigüedad, se multiplican las posibilidades de lectura.
El papel del lector
Leer implica ficcionalizar y crear, ya que siempre es necesario un lector participativo que es capaz de imaginar el mundo que se le presenta, así como encontrar múltiples significados.
Resulta clave el momento social e histórico en que es consumido un texto. Según la perspectiva de cada persona, se realiza una constante renovación y es imposible fijar el texto con una sola mirada. Ni siquiera el propio autor puede prever la repercusión que tendrá su obra, ya que todo dependerá del público, de su contexto, experiencias y sensibilidad.
Al respecto, el escritor Jorge Luis Borges declaró que el lector quiebra el texto: “Hamlet no es exactamente el Hamlet que Shakespeare concibió a principios del siglo XVII ha sido renacido. Los lectores han ido enriqueciendo el libro”.
Si bien este rol interpretativo se aplica a cualquier género, el cuento exige un lector más atento debido a sus caracteristicas. Como no tiene espacio para explayarse o profundizar, deja siempre espacios abiertos que se deben, inevitablemente, rellenar.
Bibliografía
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Ver también
- Tipos de cuentos, características y ejemplos
- La caperucita roja: descubre todo lo que esconde un clásico infantil
- El corazón delator: resumen y análisis del cuento
- Ejemplos de textos literarios y sus características
- Cuentos que debes leer una vez en tu vida (explicados)
- Los movimientos literarios más importantes: características y ejemplos